Jauria en la Selva (Diario en una botella) Fragmento

in espanol •  5 years ago 

Decidí después de meditarlo bastante tiempo, narrar ésta historia, que si no fuese tan singular no tuviera razón de ser, la contaré desde el principio con lujo y precisión en el detalle, a pesar de que en el momento de empezar a escribirla habían transcurrido diez años de mi “desaparición” y no sé cuánto tiempo pasará hasta que alguien logre leerla.
Había salido de mi casa como todas las noches pero ese día no sé por qué, pero sentía algo especial en el ambiente, tal vez porque el objetivo de la salida era el de encontrarme con Vanessa una hermosa morena de ojos claros que había conocido una tarde en un centro comercial de la ciudad, yo era un joven como muchos, no estudiaba, no trabajaba sino eventualmente, pues a falta de chamba bienvenida entonces la vida de bohemio, baje con cierta prontitud por veredas y gradas hasta llegar a la avenida, omitiré los nombres de los lugares de donde provengo porqué lo que a continuación narraré podría no convenirle a muchos. Yo soy, si se quiere, la imagen estereotipada del malhechor de ciudad, o como decimos aquí y en varios países de Latinoamérica, un vago, un malandro o un choro, sí, mi apariencia es la de una persona de color, con bermudas y franelillas, botines a lo “Harlem Globetrotters” (quizás en su época existan otros calzados de moda), corte al rape, etc., etc. Eso sí, saco veinte puntos a la hora de una redada o cosa por el estilo, no me pelan, patadas por el culo, empujones y toda clase de improperios y groserías por parte de la policía, militares, guardias y afines, todo aquel que lleva uniforme siente una desenfrenada fascinación por maltratarnos el culo cada vez que nos ven, digo nos ven porque así como yo hay muchos, tengo un repertorio bastante amplio de sellos, esos que le colocan en el antebrazo a los que detienen y sueltan al día siguiente... me anoto en esa.
Iba muy forondo y con mi tumbao de costumbre, esquivando peatones (y ellos evitándome a mí), esquivando
las tanquillas sin tapas (las dejan así la misma compañía eléctrica), esquivando carros, esquivando perros, esquivando de todo, me obstine de esquivar tantas vainas y decidí acortar distancia para ahorrar tiempo, me metí por un camino enmontado para luego atravesar un sector de esos que llaman popular pero que en realidad no lo quieren llamar por su nombre o que no quieren admitir la realidad en la que viven, un sector marginal, en fin, sabía que me aproximaba a una cancha deportiva abandonada y que utilizan los jíbaros para el intercambio de mercancía por metálico, cada vez que pienso en eso recuerdo a un malandro viejo que vivía en mi barrio y me decía “Hewlett, cuando el polvo (entiéndase Erythroxylum coca) se metamorfosea en metal es decir en dinero… eso sencillamente menol… es …arquimia pura” y cada vez que se ponía filosófico yo ya sabía que lo que estaba era full celestial, habitando en el cielo o como decimos coloquialmente “drogao hasta el culo”.
Como en efecto allí estaban los jíbaros en su laboratorio alquímico, transformando el polvo en metal, haciendo sus transacciones ejecutivas de alta gerencia, me miran y como nos conocemos, de vista por lo menos, no me paran bola, yo solo les dije
“!Epale, panita !…”, con la inflexión debida de mi voz, porque si no lo hago así me desconocen, pueden pensar que soy “un extranjero”, no puedo decirles “Buenas noches, amigos como están”, será pa´ que me cojan, debo tener esa inflexión típica del lenguaje choríl.
Ellos me contestaron con cierto desgano e indiferencia un “Epale…” en voz baja y sin el panita, pero eso si con la misma inflexión.
Salí de aquella oscuridad, ya podía mirar algunos ranchos con sus luces encendidas, algunas casas alegres otras tristes, yo defino “alegre” aquellas casas que están bien frisadas, las tristes son las que aún se les puede mirar el bloque rojo. Pues bien, iba bastante distraído, tanto que me di un trompicón con una porción de acera desnivelada que de vaina dejo los dientes pegados en un poste, que si no meto las manos ya me hubiesen bautizado como “el chingo” o me hubiese esparcido la nariz por toda la cara como una
reina del budare, entiéndase arepa. Una negrita que estaba cerca, sentada a las puertas de su casa… bueno aquello se alegra cuando le dicen puerta era no más que una lámina de cinc y cuatro palos, la muy carajo cuando doy los traspiés suelta la carcajada y yo con mi arrechera le digo “que te pasa mojón asoliao” y ella solo logra decir entre sus risas, que era lo que me daba más rabia, “¿Y es que tú crees que eres un catire de suiza?” , yo le contesté “¡Yo si soy negro lo que no soy es mierda!”.
Salí de nuevo hasta la avenida, había cortado un trecho suficientemente largo, ya miraba a lo lejos el centro comercial, caminaba bastante rápido y con aquella emoción en el pecho por el encuentro con la muchacha, mis nervios no exageraban porque la bicha estaba buena, miro pero sin pararle bolas a unos tres o cuatro carájos que iban en dirección contraria a la mía, después fue que me di cuenta que los tipos iban huyéndole a la patrulla, a todas éstas no me percato de nada y sigo, al llegar a una estación de servicio o bomba de gasolina, cual ha sido mi sorpresa una redada y por supuesto no me pelan.
-¡Ciudadano, contra la pared… cédula!-
-¿La cédula o la pared? ¡Defínete!- le dije
-¡Ah, éste es cómico!- me revira
-¡Cómico, no… con sentido común!- dándomelas de alto intelecto
-¿Tu eres menor?- me pregunta con un gesto en la cara que no me gusto y más cagao que pañal de carajito pobre le respondí
-¡No!-
Sentí que me tocaron por la espalda, cuando volteo vi el reflejo, el centellazo, el relámpago de un coñazo que me dieron en la cara y que sentí que ese puño me llegó a la garganta de lo arrechisimamente duro que me lo dieron, en esa fracción de segundo se acabó todo, se acabó jodedera, se acabó casa, se acabó familia, se acabó sin empezar Vanessa.
El ruido constante y eterno de los aires acondicionados discontinuados que aun usan en esos edificios viejos y mohosos que tienen el descaro de utilizar como moteles de mala muerte, ese “UUUU” , que no para, que se clava en el “celebro”, así le dice al cerebro un vikingo en una de las estaciones del subterráneo de mi ciudad que por un lado lo sacan y por otro se mete, una vez le oí decir esto en una panadería cerca de la estación del subterraneo, “coño musiú me siento como cansao, en el celebro lo que me quedan son dos negronas y las bichas se la pasan dolmias, ¿que será bueno para eso musiú?” , imagínense eso que él llama las “negronas” son las neuronas y dice que le queda dos cuando son tres millones y aun así las tiene dormidas, pues bien, ese “UUUU” indefinido y perenne fue lo que me despertó de un fantástico sueño con Vanessa, ella y yo en uno de esos hoteles de “mala muerte” disfrutando de nuestros devaneos amorosos, cuando desperté todo estaba obscuro sentía un frío terrible y oía cada cierto tiempo el ruido inconfundible que hacen los fusiles al ser cargados, no quise levantar la cabeza porque sabía que no estábamos (digo “estábamos”, porque me di cuenta de que no estaba solo habían varios sujetos conmigo que aunque no los podía mirar los sentía y los olía) en ninguna cárcel mucho menos en ninguno de los tigritos que yo conocía estábamos en un enorme avión, esa era la razón de aquel ruido que me despertó. Luego de cierto rato sentí que el piso en el cual estaba tirado, se movía, fui mirando al mismo tiempo abrirse una gran puerta, no quise alarmarme ni levantarme porque nadie lo hacía, estaban en su mayoría dormidos, fue introduciéndose por aquel aparato un frío bárbaro tanto que las bolas se me querían meter por el culo, nos fuimos deslizando poco a poco hacia afuera, no quería creer lo que estaba pasando mi mente no daba para tanta maldad, nos estaban lanzando desde ese avión “en un enorme avión”, esa era la razón de aquel ruido que me despertó, me dieron ganas de orinar, de cagar, de vomitar, quería tener un pensamiento fijo en algo distinto a todo lo referente a altura pero me fue imposible, la verdad la tenía frente a mí y sentí cada centímetro avanzar hacia el abismo, quise aferrarme al borde pero no
pude agarrar nada, todo era liso y frío, cuando aquel aparato se desprendió de mi como si fuera un mojón, no me quedó otra alternativa, la más cercana que tuve, la más oportuna y apropiada que se me ocurrió en ese momento, no sé quién pudo haberme escuchado, ni a quién específicamente iba dirigida, tal vez en mi subconsciente se los dije a todos los del avión, quizás al gobierno, quizás a mi suerte revertida en mala, tal vez al mundo entero... al desprenderme como mierda salida de un trasero mal oliente les grité.
-¡Coños é madreeee!-
Una vez que exteriorizo ese sentimiento tan espontaneo, por causa del pánico que se apoderó de mí, no me había percatado de que llevaba algo a mis espaldas, es decir llevaba un bulto en el lomo, yo no sabía absolutamente nada de aquellos aditamentos, que hoy en día les doy el nombre de “detienecoñazos”, porque eso fue lo que hizo detener el “pingo é coñazo” que me iba a dar, pues esa vaina se abrió sola, yo no hale nada, una vez que se extiende aquella sábana “king size” me dio un templón “pá´ rriba” que de vaina me desnuca. Ya estaba un poco más relajado a pesar de mi situación, sabía que de esa no me moría. Empecé a mirar un poco a mi alrededor, tenía que hacer grandes esfuerzos porque la oscuridad era vergataria, el cielo nublado completamente y relampagueaba cada cierto tiempo, aprovechando los segundos de claridad que generaban los relámpagos, miré a otros “mojones” lanzados como a mí, se lo atribuí de momento a alucinaciones por la terrible experiencia que estaba viviendo, pero no fue así, aquellos también fueron lanzados al vacío. La impresión que tuve al estar cayendo con el “detienecoñazos” era la de estar flotando en la nada, porque todo estaba terriblemente obscuro, el cielo nublado y la tierra a mis ojos desaparecida, caía y a medida que lo hacía sentía un olor a tierra mojada que ahogaba mi respiro, me estaba aproximando a tierra me dije.
Quede ensartado en un árbol cuyas ramas antes de quedar guindando hicieron un buen trabajo al rasguñarme
todo mi cuerpo, desde cada milímetro de mi cara, pasando por la degradante experiencia de sentirme ultrajado, puesto que una rama se empeñó en meterse con bastante violencia por mi trasero, tanto empeño le puso que rompió mis bermudas. Era de noche aun, no sabía qué hora era al momento de quedar guindando allí, por supuesto que era incomodo pero aun así me quedé dormido.
Desperté al amanecer y adivinen, todavía estaba guindando, dos individuos me miraban, uno andaba en pantalones y sin nada que cubriese su torso, el otro llevaba una braga de color naranja, parecía una zanahoria.
-¡Tá más tasagiao que un coporo…jejeje!-. Dijo el sin camisa sin despegar sus ojos de mí y dirigiéndose al de la braga que ya no me miraba para decirle lo siguiente.
-¡Mira musiú, éste regalito que dejaron en el arbolito de Navidad!-. Efectivamente cuando miré detenidamente a la “zanahoria” me percato de que el tipo tenía pinta de extranjero.
-¡Mira apureiño do mierda máis musius será vusé que llegó de los albañales, yo soy brasileiro!-. Mirándome me hizo ésta pregunta ya sin el acento de musiú.
-¿Usted está lisiado amigo?-

  • ¡Yo…No!, ¿Por qué?-
  • ¡Entonces!, ¿por qué no se baja?-
  • ¡Porque no puedo, si supiera como bajarme de aquí ya lo hubiera hecho…no soy estúpido!-
    El brasileño se acercó a mí, estiró sus brazos y haló la punta de unas de las correas que me sostenían y caí de coñazo, sentí que me estallaban la venas de los pies y escucho al sin camisa que dice.
    -¡ Copóro…como que si eres estúpido, jejeje!-
    -¡La ignorancia cobra caro! ¿Cierto?-. Me asesta el brasileño.
    Quede tirado en el suelo y aquellos dos se disponían a marcharse, de repente se detienen y se miran ambos, luego me miran y me hacen señas para que haga silencio puesto que aún me quejaba. Los dos se dirigieron hacia un lugar agachados, después descubrí que estábamos como en un cerro lleno de enormes matas, el brasileño lo llamaba risco, para mi seguía siendo un cerro, ellos habían escuchado
    voces, yo por mi dolor no le paraba bolas a nada, pero tenían razón en preocuparse, pues, lo que ocurrió después fue el infierno hecho presencia. Luego de mirar aquel horror tuvieron que explicarme, pues aquella matanza no la entendía.
    Eran dos bandas que tenían una “culebra” es decir un pleito para ver quien se quedaba con el control de la “mafafa” o de la droga, me fui acercando a la orilla del farallón y vi aquella carnicería, gritaban, maldecían, se daban con las piedras y habían algunos que estaban armados con sendos chuzos y el apureño comenta.
    -¡Mira musiú los tiraron armados, los lanzaron con los chuzos!-
    -¡Supe que algunos pagaron para venirse calzados!- dijo el brasileño
    Yo por supuesto sin saber de qué estaban hablando pregunto ¿qué es lo que pasa, ¿pagar qué?, pero no me respondieron, de repente había sangre por todos lados, se hacían daño de una manera brutal, rápida y despiadadamente sanguinaria, vi a uno de los que allí se mataban gritar como una bestia, ensangrentado y con las vísceras que guindaban de su barriga, lanzaba chuzasos certeros a sus enemigos, miraba de vez en cuando sus tripas como si aquello no le estaba pasando a él, tiraba el chuzo a todo el que se acercaba hasta que de pronto cayó temblando, eso me impresionó pero no tanto al mirar como pateaban la cabeza degollada de uno de aquellos endemoniados seres. Al final de esas horribles escenas de sangre y violencia, quedó solo uno, a ese no lo oí gritar en ningún momento, pero parecía una máquina a la hora de repartir chuzo, llamaba por sus nombres a sus compinches pero nadie respondía, caminaba de un lado para otro y resbalaba por la sangre derramada que cubría el suelo, las piedras y los arboles de aquel sitio, seguía llamando a sus amigos, sacudía los cuerpos ya inertes sin respuesta alguna, miró a su alrededor, hizo un movimiento como de salir corriendo pero se detuvo, llevo sus manos a la cabeza, miró el chuzo que antes había dejado caer, lo tomó, se lo llevó a su pecho y se dejó caer hacía adelante clavándosele hasta
    traspasarle por la espalda, aquello nunca lo pude olvidar fue horriblemente impresionante.
    -¡Harakiri!- dijo el brasileño y yo recuperando el habla solo pude decir
    -¡Una matanza!-. Quedé paralizado, con lo ojos cerrados deseé que aquello fuese nada más que una pesadilla, cuando me incorporé el brasileño y el apureño ya no estaban, me marché tras ellos, puesto que no quería estar solo en aquel infierno que había presenciado. Al rato los encontré y le dije que teníamos que buscar la manera de salir de aquel monte, el brasileño me pregunta cómo y le expliqué como lo haríamos.
    -¡Nos montamos en el árbol más alto que encontremos así podremos mirar cualquiera de las carreteras que esté cerca, nos dirigimos hacia allá y pedimos cola, si lo hacemos antes de que oscurezca mejor!-. Ellos rieron hasta tirarse al piso, sobre todo el apureño casi se desarma, yo no le veía la gracia a lo que había dicho, luego de un rato de risas y risas el brasileño me preguntó.
    -¿Cómo te llamas?-
    -¡Hewlett Américo Borrego!-. Le respondí y el apureño me dice.
    -¡Cámara, quítese el nombre y póngase Inocencio Paisano!… ¿tú no sabes dónde estamos?-
    -¡En un cerro!, ¿No?-
    -¡No…estamos en el Amazonas, A…ma…zo …nas… esto es la selva pura y salvaje, todos los que estamos aquí somos penados, venimos de distintas cárceles del país y fuimos lanzados desde esos aviones para que nos jodieran la vida los culebrones, las arañotas, los “liones”, los tigres y todo animal arrecho que existe en éste monte, no ves que en donde estábamos los jodedores éramos nosotros y como aquí en éste país todavía la pena de muerte no es legal nos lanzaron como perros, luego dirán que nos fugamos y listo, lo demás lo hará la selva, ¿y tú de que cárcel vienes?-
    -¡De ninguna a mí me agarraron en la calle!-
    -¡Coño, a ti sí que te supieron joder!, ¿escuchaste la vaina musiu?, a éste lo agarran en la calle y lo tiran aquí, ¿Qué habría pasado?, a lo mejor le caíste mal al policía y te hizo esta jugada, buena pá´ él… mala pá´ ti…!-
    -¡Hewlett, ese nombre es muy ridículo, te voy a llamar como dice el apureño, Coporo… mira Coporo aquí el que logre sobrevivir gana el que no simplemente pierde, desde esos aviones, Hércules, para más señas, fueron lanzados doscientos reos aquí en la selva, yo incluido, según informaciones que me dieron en el penal cincuenta le dieron paracaídas dañados, treinta lanzarían sedados, los que quedan réstales los dieciocho que se acaban de matar, cuídate no solo de los animales sino del resto que sobrevivió, 102 criminales de alta peligrosidad, es por ello que no podemos seguir juntos… aquí nos despedimos, no es nada personal, pero en éste sitio sobrevive el más apto, el apureño conoce la vida hostil de la intemperie, la vida salvaje de la naturaleza virgen, es decir sabe cazar y pescar y yo tengo inteligencia y sentido común, sí tu tuvieras algo que ofrecernos vinieras con nosotros pero creo que no es así ¿verdad?
    -¡Cierto… no sé hacer un coño!-. Les dije con arrechera, supe que no los convencería y no seguí hablando, me dispuse a caminar y ellos me siguieron, no les quedaba otro camino puesto que solo había un angosto claro en la densa selva por donde caminar, al llegar a cierto punto donde existían unos enormes arboles con las ramas ya secas que le daba otro tono al ambiente puesto que estaban ya grises y marchitos, no habíamos caminado mucho trecho y escuchamos unos gritos.
    -¡Auxilio…estoy ensartado aquí arriba, épale mi pana ayúdame!-. Por supuesto que era un “Caniso”, utilizando los mismos recursos lingüísticos de “ellos”, porque “ellos” dicen “pagar cana” el hecho de estar preso y yo valiéndome de eso me permito la ligereza de llamarlos así. El “Caniso” se encontraba allí sobre lo más alto de unos de esos árboles secos, aquel ser estaba pálido como un papel, encajado en una horqueta, pero tenía atravesada en su pierna una puntiaguda rama de aquel que fue un frondoso árbol.
    -¡Si, si ya lo vimos amigo, ya lo vamos a ayudar!-. El brasileño, seguía caminando y lo detuve.
    -¿Qué haces, piensas que lo vamos a dejar allí?-. Le dije
    -¿Qué piensas hacer?-. Me preguntó el brasileño.
    -¡Voy a subir… para ayudarlo…!-
    -¡Cóporo, ese hombre está muriendo, esa herida en la pierna tal vez haya cortado una arteria ha sobrevivido solo porque la rama obstruye la hemorragia, una vez que la saques morirá…!-
    -¡Pero, hay que hacer algo…!-
    -¡Si tú quieres hacer algo yo no lo voy a impedir… ayúdalo si quieres pero conmigo no cuentes… no sé si el apureño se quiera quedar contigo ayudándote ¿Qué dices apureño?-.
    -¡No… el musiu tiene razón Coporito, ahí no hay remedio!-.
    -¡No importa…váyanse pál carajo!-. Les solté despectivamente, y el brasileño me dijo algo en voz baja.
    -¡No le preguntes su nombre, habrá menos carga emotiva!- .
    Yo soy un poco aminorado intelectualmente, por no decir bruto, pero lo que me dijo el brasileño en aquel momento lo entendí perfectamente, al conocer el nombre habría un acercamiento hacía el sujeto que no sería nada sano por las características nada normales de la situación, ya no sería visto por mi persona como un hecho casual como si lo ocurrido al hombre ensartado en la rama, lo hubiese leído en el periódico y de allí no trascendería, pero al escuchar el nombre de sus propios labios habría algo misterioso que nos uniría, lo que quiero decir lo diré con un ejemplo, en mi caso particular cuando me gustaba alguna jeva, preguntaba por el nombre de ella a cualquier jodedor que la pudiera conocer, pero en ese momento no ocurría nada, ocurre cuando aquella “fulana” me dice su nombre, así tenga por nombre “Juana”, “Hortensia” ó “Perra Inmunda”, allí al desprenderse aquellas sílabas mágicas de su boca ocurre el milagro de esa conexión que involucra a los seres humanos en lo que llaman inter-relación, no quiero decir con esto que me enamoré del carajo que estaba guindando en el árbol, no, sino que por su condición de moribundo el saber su nombre tendría un impacto en mi interior más fuerte de lo necesario. Pero aun así me dispuse a ayudarlo teniendo la salvedad de no preguntarle su
    nombre, pensé, -¡le diré solamente “panita”!-. Y así fue, una vez montado en el árbol me dispuse a brindarle mi ayuda.
    -¡Coño mi pana, es arrecho montarse aquí ¿no?- le dije sin demostrar lo sorprendido que estaba al mirar lo delicado de la herida, pero él me dijo de manera jocosa.
    -¡Verga, no te sé decir “convive” porque yo llegué de arriba!-. Nos reímos los dos, le dije que nos preparáramos para bajar, le pedí que me ayudará un poco, pero fue imposible el dolor que sentía aquel hombre era indescriptible, los gritos, que debieron escucharse por toda la selva eran horribles, empezó a sudar abundantemente y me pidió si era posible, un poco de agua. Había una quebrada no muy lejos del árbol, pero parece mentira, fue más fácil encontrar agua que en qué llevarla, se me ocurrió transportarla en mis zapatos, pero eso me pareció algo asqueroso, así que tuve que ingeniármelas como pude, comencé a buscar por todas partes algo en que transportar el agua, removía con mis pies las hojas secas que cubría gran parte del suelo, por cierto que me enredé con una raíz y fui a dar con la quijada al piso, por unos instantes se me fueron las luces, pero no detuve mi búsqueda, no había transcurrido mucho tiempo, tal vez uno diez minutos, pero que para mí fueron eternos por lo nervioso que estaba al saber que el pobre hombre moribundo esperaba por mí.
    La búsqueda no fue en vano, había encontrado algo, por su forma al principio pensé que era una tapara, yo las había visto en varias oportunidades, pero ¿qué de donde coño la sacan?, no sé, ahí salgo “raspao”, me supuse que era una de ellas pero supuse mal pues al tomarla y revisarla me di cuenta que era otra cosa, al instante supe que era el caparazón de un animal, no por ser un experto en la materia, si no por lo hediondo a bicho muerto que estaba, tuve que lavarlo sopotocientas veces para que se le quitará el mal olor, le restregué unas hojas que encontré lo llené de agua y fui a llevarle el preciado líquido al “convive”, como él mismo me decía.
    -¡Tú eres arrecho convive… cazaste un galápago… y sin anzuelo… ¿cómo hiciste?. Cada pausa que hacía era un sorbo que daba… no quería mentirle pero tampoco debía
    decirle que aquella cosa la había encontrado muerta y peor aún, hedionda.
    -¡Uno se las ingenia como puede, tu sabes, la calle enseña…beba tranquilo y si quiere más dígame que yo mismo se la busco…!-
    -¿Quién más podría buscármela?-
    -¡Nadie…!-. Nos volvimos a reír, bajé y volví con más agua, pero cuando me disponía a subir bordee el árbol para ver si por la parte posterior había alguna rama o protuberancia que me hiciera más fácil la subida, no encontré ni rama ni un coño, lo que si halle fue una mancha de sangre que bajaba como un riachuelo hasta el suelo cubriendo las gruesas ramas del árbol, cuando llegué a la cima encontré al “convive” pálido como un papel y con los ojos cerrados pensé lo peor, pero no, aún no había muerto, tomó solo un sorbo de agua, apenas me entregó la concha de galápago, me suelta su nombre.
    -¡Ángel Ramón Montero!- Levanta con esfuerzo su mano y yo no tuve más remedio que darle la mía y mi nombre.
    -¡Hewlett Américo Borrego!-
    -¡De donde carajo sacaron esos nombres convive… lo mataron con eso…!- No me quedo otra si no reírme y le dije.
    -¡Por lo tasagiao que ando me puedes llamar Coporo!-. Rió un poco, luego me hablo que había estado preso por abigeato, en aquel momento no sabía ni siquiera como se escribía eso, mucho menos que significaba, me habló que tenía dos niños que le dolía más que su herida el saber que no los volvería a ver, me dijo que sus padres aun vivían y que residían en alguna parte de los llanos, metió su mano derecha dentro de su descolorida chaqueta hecha de tela de blue jean y me dio un viejo revolver oxidado y me dijo estas palabras.
    -¡Te voy a regalar esto, a donde voy estoy seguro de que no lo voy a necesitar, esta cosa será tu mamá, tu papá, tu hermano, tu hijo, esta vaina será todo para ti, te lo doy por que a pesar de todo lo que me ha pasado y de lo que me está pasando descubro en ti que hay gente buena todavía, tu tal vez pienses que no pudiste salvarme la vida, pero ¿quién lo hubiera hecho?, pues nadie “convive”, nadie, pero me
    diste por lo menos un poco de bienestar y de esperanza… Coporo, cada vez que esta arma te salve la vida, quiero que pienses que fue Ángel Ramón Montero quien te salvó!-.
    Se quedó dormido y fue lo último que dijo puesto que así traspasó eso que llaman el umbral de la vida hacia la muerte, el “convive” había muerto, sin quejarse ni siquiera un poco, había dejado de existir en mis propias narices y quedé allí petrificado sin saber qué hacer.
    Lo dejé allí igual como lo encontré, ensartado en el árbol, quien podría saber la manera como nos vamos a morir, nunca le había parado bolas a la muerte hasta ese momento, sentí un miedo terrible al tener conciencia no de la muerte en sí, si no de la agonía por la cual habría que pasar y pensé ¡el “convive” si tenía los cojones bien puestos murió consciente de todo y aun así no tuvo miedo!.
    No sé cuánto tiempo pasé con Ángel Ramón, el “convive”, pero aun no oscurecía, el acontecimiento anterior no dejaba de inquietar mi mente, pero había otro problema frente a mí, esa iba a ser mi primera noche en la selva, es decir mi primera noche en la que estaba totalmente consciente del sitio en donde estaba, porque la noche anterior aparte de que estaba guindando no sabía dónde estaba y ojos que no ven corazón que no siente. No me caí a cobas y lo primero que hice fue encontrar una buena mata para montarme, la pinga seré bruto pero no loco, pensé, allá arriba es mucho más seguro que el suelo, a pesar de que culebra monea palo.
    Una vez encontrada la mata (por lo menos la que creí más segura), me acomodé lo mejor que pude, no me sentí muy incómodo puesto que en mi casa lo que tenía por cama era un viejo catre con una colchoneta vencida con un hundimiento en todo el centro, allí dormía bastante incomodo por cierto, me levantaba con dolores en la columna y en el cuello. Quedaba hundido allí y con las sábanas todo aquello parecía cualquier cosa menos una cama, a veces un pana mío de nombre Yeison pero que le decíamos “barriga e sapo”, iba a visitarme en las mañanas y me despertaba diciendo “¡- Hewlett maldito flojo despieltate, sal del nido…!”-, si porque en verdad aquella
    vaina no parecía una cama, parecía un nido, y quise aquella primera noche pensar en lo incomodo que dormía en aquel catre para que al dormir arriba en el árbol no fuera tan terrible. Pero una cosa es que se lo cuenten y otro arrechisimamente distinto es vivirlo, no tenía ni cinco minutos encaramado allí y el huesito del culo parecía que quería salir y pegar la carrera, me acomodaba a medía nalga, luego a la otra, se me dormía una pierna, se me dormía la otra, me estiraba la espalda porque ya tenía la columna como una “S”, bostezaba, me lagrimeaban los ojos, se me iba la vista, tenía un sueño del carajo pero lo incomodo de la posición no me dejaba dormir, empecé a contar, no había llegado a cien cuando escucho unas voces.
    -¡Coño “Buena Vista” vamos a quedarnos por aquí panal, porque mira que la selva tiene sus cuentos…!-.
    -¡Cállate Cheo, no le hables de cuentos a quien sabe de historias, camina que palante es pallá…!-
    -¡No jodás… “Buena Vista” y es que vamos a pasar toda la noche caminando…?-
    -¡Quédate tranquilo marico de mierda, que yo te digo donde nos vamos a quedar, ¿yo no sé por qué coño se te abrió el paracaídas?, debieron haberte dado uno esguazado por las trazas…!-
    -¿Si?, entonces quien te iba a cuidar?-
    -¡Mira maricón te voy a decir una vaina pá que te quede bien claro, yo no soy el landro Alfredo que vivía contigo y aguantaba tus mariqueras, conmigo te jodiste, te estoy aguantando un poquito nada más porque Alfredo era pana y quedó espaturrao anoche, pero en cualquier momento se dividen esta aguas tu por tu lado y yo por el mío…!-
    -¡Y con las ganas que te tengo… que te tengo y que te tuve, con el perdón del finado…!-
    -¡Coño, CÁLLATE¡-
    No sabía si reírme por las vainas de la marica o preocuparme, porque a fin de cuentas no sabía quiénes eran ni que intensiones pudieran tener aquellos dos y tarde o temprano al amanecer tenía que seguir mi rumbo y tal vez
    me los encontraría de nuevo, cosa que debía evitar pensé, para no tener encontronazos y malos ratos, inconscientemente por mi análisis llevé sin querer mi mano hasta el revólver, que lo cubría mi franela y lo llevaba en la cintura, entre mi piel y la Bermuda, reaccione y sacudí mi cabeza, ese gesto de llevar la mano hasta el revolver no era normal en mí y pensé que no era nada bueno porque me estaba convirtiendo sin querer, en uno de ellos, en un ser violento, cosa que yo nunca había sido. No quise meterle cerebro a ese gesto porque se lo atribuí en aquel entonces, a todos los acontecimientos ocurridos y en todo caso tenía que tener claro que me hallaba solo y en la selva, una “güebonaita ná´ mas”, ¿ah?, no estaba en una casita de muñecas tomando el té con unas amiguitas, así que me controlé y me dije -¡Estoy armado y esta vaina la voy a usar cada vez que sea necesario y pá´ sobreviví todo se vale!-. Fui durmiéndome con ese pensamiento ya no escuchaba ningún ruido, ni las voces, fui desprendiéndome de mi conciencia hasta quedar inofensivamente dormido.
    Cuando amaneció yo ya tenía rato despierto, hacía un frío bárbaro, los pájaros parecían que realizaban un desfile, de tantos que habían, unos cantaban otros no hacían más que gritar, después supe que eran guacamayas, nunca las había visto, quien iba a creer que estaba en el mismo sitio de la noche anterior puesto que el silencio era casi absoluto, excepto por un curioso ruido un “tuuu”, “tuuu”, constante y eterno, me enteré luego de que eran las arañas monas… verga.
    Bajé de la mata y llevaba conmigo un “animal” en el estómago, ese “animal” que llaman hambre y el bicho estaba arrechísimo. No tenía ni la más remota idea de cómo solucionar ese problema, me detuve un rato a pensar y para hacer tiempo, no quería encontrarme por el camino al par que había escuchado la noche anterior. Inicié la caminata poco a poco, observando detenidamente el ambiente, tenía que sobrevivir y un buen comienzo era estudiar con mucha atención las características de la selva, comencé a buscar árboles que tuviesen frutas y mitigar el hambre, fui recorriendo el sitio, pero fue de manera descontrolada, si
    uno se descuida en la jungla puede perderse y dar vueltas y vueltas en el mismo sitio, ahora estoy consciente de eso, en aquel entonces no era así, me perdí como un bolsa, bueno, estaba perdido desde el principio, lo que quiero decir es que me perdí aún más. Luego de un rato me ubiqué, por lo menos eso creí, se lo atribuí al hecho de que encontré el sitio donde me detuve a pensar, pero en la selva todos los sitios parecen iguales. Creí ver el camino (tal vez esos “caminos” que uno ve en la jungla son imaginarios, producto del subconsciente que quiere desesperadamente salir de allí) y seguí en esa dirección, caminé largo trecho, había partes en las que tenía que arrastrarme en el piso para seguir avanzando por que algunos árboles tenían tantas ramas que llegaban al piso o eran arbustos, es decir arboles pequeños que sus ramas no se elevaban del todo del suelo. De tanto arrastrarme ya parecía un nativo de la zona pero si me hubiesen visto así hubiesen dicho que era el propio indigente. Tenía solo horas en aquel sitio y las uñas de mis manos tenían más mugre que los baños del terminal de pasajeros de mi ciudad, al hacer esa comparación con los baños me vino a mi mente un pensamiento, “cagar”, cuando me den ganas de cagar como me limpio, pero ¿qué voy a cagar? si no he comido un coño. Lo principal es meterle al buche pa´ hacer mojón y luego se verá que hacer, pensé.
    Avancé, encontré cierto sector despejado, caminé mirando los arboles por si acaso algunas frutas. Unas voces me alertaron y fui a esconderme entre los matorrales, pero no entendía nada de lo que decían, tengo una maña terrible y es que tengo que ver lo que me atemoriza, es una curiosidad sádica que no puedo controlar, fui avanzando con cuidado por entre los matorrales, al estar un poco más cerca pude escuchar.
    -¡Quien es el arrecho que se va medir conmigo, ¿ah?…tú o tú, y tú viejo vamos a darnos unos toques!-
    -¡Usted armado y yo ¿con qué?-
    -¡Tú con el culo, si quieres…”Landro Luis”!-
    La voz pendenciera no la conocía, pero la otra voz si me parecía conocida y era uno de los que habían pasado debajo del árbol la noche anterior, pero no era la voz de la marica si no la del otro y seguí escuchando.
    -¡Vamos a tener que arreglar esto de otra manera, tengo tiempo que no veo a linda, uno tiene sus necesidades y tiene que buscar manera de cubrirlas, ¿qué me dice el de la braguita, le echamos bolas?, digo yo!-. Cuando escucho “braguita” recordé al brasileño, me arme de valor, tomé el arma salí y me dije -¡Que sea lo que Dios quiera!-
    -¡Epale!-. Le grité, el carajo me vio dándole la espalda a los demás, efectivamente allí estaban el apureño y el musiú, los otros dos eran un señor mayor y el otro un carajo más joven… “el marico” me supuse, todo aquello fue en una fracción de segundo, todos avanzaron hacia mi lugar dejando al pendenciero en el mismo sitio, el tipo había quedado paralizado, pero me decía.
    -¡Échale, bola pues, échale bola!-. Pero sin mirarme a mi si no al arma y se me ocurre decirle.
    -¡Vallase, de aquí porque la próxima no lo perdono!-
    -¿Tú te volviste loco?-. Me dice el apureño y como un rayo me arranca la pistola, el carajo con el chuzo hace un gesto de ataque pero el apureño suelta el vergajo y le da en el cuello hiriéndolo en el güergüello, el carajo con los ojos como un dos de oro, llevaba sus manos a la garganta, el apureño volvió a apuntar estaba vez más cerca y dijo.
    -¡Vamos a acabar con este sufrimiento!-. Y volvió a soltarle otro coñazo, esta vez en la cabeza y hasta allí llegó.
    Quedé paralizado, aquello fue tan rápido y tan violento que no supe que hacer, el apureño me dice.
    -¡Coporo, éramos nosotros o él, te digo otra vaina… esto es pá´ úsalo, cuando tu sacas una vaina de estas la usas, si te agüeboneas otro la usa contigo!-.
    -¡Pero… pudimos dejarlo ir!-. Salí yo con mi inocencia y me dicen casi en coro.
    -¡Si y tener un enemigo más, esperando el momento pá´ jodernos!- . El brasileño estaba al margen de todo hasta que dice.
    -¡Coporo, ese carajo era el monstruo de Güayabita, un sádico, un coge culo, la humanidad no ha perdido con él ningún angelito, éste no va servir ni de abono para estos árboles!-. El marico revienta por allá acuclillado y con mirada nostálgica.
    -¡Yo podía haber cubierto sus necesidades… no me dieron tiempo de ofrecérmele…!- El apureño salta de donde estaba y dice.
    -¡Ah vaina, este bicho es marico… me lo fueras dicho con tiempo y hubiésemos hablado con el carajo antes de joderlo pá´ que te hubiera hecho el favor de matarte el verano anal que te agobia… y no me mires así, la pinga yo no corro en ese clásico!-.
    El apureño guardó el arma en sus pantalones lo miré y quise recuperarla pero no lo hice y me dispuse a caminar, a seguir mi camino, luego escucho al brasileño que dice.
    -¡Coporo ¿a dónde vas?-.
    -¡Me voy pal Coño!-
    -¡No, ven eres bienvenido con nosotros… puedes quedarte… ya eres útil!-.
    -¿Por qué?, no tengo nada que dar!-
    -¡Si, si tienes, conseguiste un arma!-
    -¡Ya no la tengo!-
    -¡Si la tienes!-. Hizo un gesto al apureño y éste se dirigió hacia mí y me entregó el arma tomándola por el cañón y yo la cogí por la cacha y me dice.
    -¡El musiú tiene razón coporito, eres bienvenido…!-
    Luego les conté que el arma me la había regalado Ángel Ramón antes de morir
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