El abuelo de alguien, en algún lugar del mundo, en algún momento del pasado, se encontraba solo en su habitación, con la televisión encendida y mal sintonizada, la ventana abierta, y la mirada perdida en un recuerdo, un dulce recuerdo de años atrás, lo que proyecto en el cine de su memoria ese recuerdo fue el sudor, el sudor que secó de su frente con los restos de lo que fue un pañuelo, que en sus mejores momentos fue suave, lo había hecho muchas veces al día, por muchos años, con el mismo pañuelo, que estaba roto por la mitad, y en la mitad de la mitad, justo en los dobleces que hacía al guardarlo en su bolsillo trasero, se encontraba deshilachado casi por completo, áspero, muy gastado, y por esto lo lavaba con sumo cuidado para volver a ocupar su lugar en el bolsillo del pantalón, a pesar de tener al menos cuatro suaves pañuelos nuevos en el cajón de la habitación, ése en especial fue un obsequio de sus nietas, dos hermanitas a las que amaba, se lo regalaron un día del padre, igual que en ese momento también un día del padre le obsequiaron unas medias de vestir. Una de las hermanas le hizo volver a la realidad con un fuerte pero tierno abrazo, la otra dejó sobre la cama la bandeja con el desayuno, el abuelo se preguntaba cuanto tiempo podría disfrutar su mejor regalo, guardó en el cajón la envoltura, se puso las medias y zapatos, se secó el sudor y salió de la habitación, quería desayunar en la mesa, junto a sus dos valiosos regalos.
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