Nicolle era una niña, ya casi mujer. Pero su familia no la quería. O al menos ella sentía que no la querían. Por lo general era ignorada durante las reuniones en su casa donde se tomaban decisiones acerca de las tierras y las fiestas.
A pesar de ello los amaba. Sobre todo admiraba y quería mucho a su padre. Su forma de ser, llena de valor e inteligencia. A veces podía escuchar durante horas sus relatos de batallas en lugares lejanos. Una vez le trajo un regalo que atesoraba con mucho cariño. Era un colgante en forma cilíndrica de metal brillante. No era oro si no algo más resistente y duradero.
Sus hermanos más pequeños recibían toda la atención. Inclusive si ellos cometían una travesura o hacían algo indebido por lo general Nicolle se llevaba el regaño por no atenderlos como se debía.
Su madre era muy. muy, muy estricta. De ella admiraba su belleza y porte. Quería parecerse a ella en todo. Por eso le había pedido que le dejara practicar ballet. ¿Danzar de manera grácil y fluida le daría esa apariencia?
Se esforzaba mucho por agradarles a ambos. Su padre le hablaba solamente para pedirle algo referente a sus hermanos y su madre le regañaba constantemente por hacer las cosas mal o al menos por no hacerlo correctamente.
Un día el rey llamó a su padre para ir a una de sus tantas campañas de conquista. La niña sabía que eso significaba días o quizás meses sin ver a su padre. Antes de despedirse éste le pidió cuidar a sus hermanos y ayudarlos con sus estudios.
Su madre se puso ese día un vestido color esmeralda ceñido al cuerpo. Admiraba como se veía en ese tipo de ropa. También notaba como eso atraía la mirada de los hombres. Unos disimulaban, otros no.
Entre los que no disimulaban había un caballero extranjero. Sabía que era extranjero por que sus ojos grises y cabello negro crespo lo delataban.
Le disgustaban esas miradas descaradas. Sentía una invasión por parte de esos hombres hacia su madre.
Al día siguiente vio a ese caballero rondar su casa y enviar a un escudero hasta su puerta. El sirviente de su casa abrió la puerta. Se trataba de una carta. Una muy extensa ya que su madre se tardó bastante en leerla.
Los ojos de su madre expresaban cierto desprecio pero también admiración. Sonreía de vez en vez mientras soltaba unas pequeñas risas en tono de burla.
Nicolle sintió curiosidad. Cuando su madre dejó el salón donde leía la carta extendida sobre una mesita entró.
La leyó sorprendida. Era una carta de amor donde el duque de Argos, Adriano le expresaba admiración y deseo a su madre la condesa de Accell. Le solicitaba reuniones subrepticias durante la noche sin que se enteraran sus sirvientes.
Aquello era despreciable, pero Nicolle no lo vio así. Ella confiaba en su madre y sabía que lo iba a rechazar como a otros tantos en el pasado.
Pasaron dos semanas y llegaron noticias del frente de batalla. Su padre había desparecido. Y no solo eso.
Había perdido. A manos de su propio vasallo, el barón de Argent.
La gente comenzó a murmurar. ¿El mismo conde de Accell se había escondido para evitar el castigo y la humillación? ¿Dónde se encontraba?
En la iglesia ahora la gente veía con cierto desdén a la familia. Los niños que eran tolerados con sus travesuras habituales fingiendo batallas con espadas de madera ahora eran perseguidos a gritos.
El honor del condado estaba manchado.
El barón de Argent tenía el deber de mantener la paz en sus tierras. Sin él, comenzaban los villanos a mostrarse en franca rebeldía.
No había forma de detener este cambio. Un cambio en su vida para el que no estaban preparados.
Su madre no soportaba la presión. Estaba más enojada que nunca con Nicolle. Aprovechaba cualquier falla de ella para desquitar su frustración. Le repetía lo tonta e inútil que era.
Esto le comenzó a pesar. Se mostraba un poco triste, pero sobre todo extrañaba a su padre. Se lo imaginaba en peligro peleando contra leones u osos en el bosque. O prisionero de sus enemigos los infieles.
Lloraba. Durante las noches le rezaba al rey de reyes por su bienestar mientras su madre le gritaba para pedirle atender a unos invitados llegados de lejanas tierras.
Una noche llegó un hombre vestido totalmente de negro. Venía cubierto del rostro y fue recibido por su madre en el salón de la casa. Era Adriano.
Mi muy propia y estimada condesa de Accell. Agradezco su aceptación. Verá que a mi lado estas tierras volverán a ser lo que eran. Es una promesa que hago sobre mi espada y mi escudo. Protegeré no solo a usted si no a toda su familia y villanos.
Un momento joven e impetuoso duque de Argos. Aún no acepto. Si usted quiere ... recibir mis favores antes deberá hacer algo por mi.
Pida lo que usted quiera mi querida. Lo que sea lo tendrá a sus pies.
No... no es una solicitud sencilla. ¿De verdad estaría dispuesto a lo que sea por mi... nuestro bienestar?
Lo que sea. Solo diga y lo tendrá.
Es algo difícil. Algo que no logró mi esposo. Quiero que nos traiga la noticia de la muerte de la princesa Amélie.
El rostro de Adriano se tornó en burla. Sabía que eso era fácil para él. Su ejército era temible. No solo estaba dispuesto a asesinar a Amélie si no a traer la cabeza del barón de Argent... el traidor sin nombre.
Nicolle no podía creer lo que estaba diciendo su madre. Tuvo que ahogar un grito mientras espiaba en la habitación contigua.
- No solo traeré esa buena nueva. También traeré a juicio al traidor sin nombre. Después seremos felices para siempre mi dulce amanecer. - añadió Adriano mientras besaba delicadamente la mano de la condesa.
El duque de Argos organizó sus tropas en un campamento fuera del reino de la princesa Amélie. Envió un mensaje por halcón al barón de Argent. Solicitaba su rendición o acabaría con cada miembro de la familia de ese reino.
La respuesta fue una abierta ofensa. "Desconozco a un rey tan despreciable como el tuyo. Lleno de corrupción y malicia así en las entrañas tal corrupción acabará con su vida y la tuya."
Furioso Adriano lanzó un ataque nocturno con todas sus tropas.
El reino carecía de un ejército numeroso aunque el ingenio del barón de Argent le llegó a asustar.
Disfrazó a muñecos de paja arriba de las torres de vigilancia y algunos mecanismos dispararon automáticamente flechas encendidas y alabardas contra sus ejército.
También permitió el paso de las tropas de Adriano dentro del patio principal desde donde fueron recibidos con ollas de aceite hirviendo.
Nicolle y su madre veían desde el campamento el avance de las tropas de Adriano. Toda su familia estaba ahí.
Su madre le había dicho a Nicolle que si Adriano fracasaba ella debía huir con sus hermanos lejos, muy lejos y los cuidaría como si fuera su propia madre. No había marcha atrás pues el rey ya no la protegía. Al contrario, la veía como una carga para su reino.
La niña estaba asustada con tal espectáculo lleno de sangre. Gritos, lamentos... no podía creer que su padre hubiese sido de esa forma. Enviando gente a pelear con otra gente. Horrible.
En un momento dado el barón de Argent pudo terminar con la mitad de las tropas de Adriano basándose en engaños y estrategias.
El duque de Argos fue entonces con sus mejores hombres montando a caballo directo a la torre donde estaba la princesa.
Su caballo era igual que él. No temía a nada y cabalgaba rápido y de forma directa.
Cuando llegó a la torre, en la puerta estaba el barón de Argent. Lo enfrentó sin contemplación en un duelo donde las lanzas se despedazaron. El hombro del barón quedó mal herido con una astilla enterrada.
Adriano sonrió. Sabía que ahora no había nada que lo detuviera.
Comenzaron a pelear con la espada.
El barón de Argent se protegía con habilidad aunque su hombro lastimado le restringía el movimiento.
Hasta que ambos chocaron el filo de forma tan extraña y torcida que soltaron las espadas.
Adriano ni siquiera se dio cuenta de que tomó la espada del barón de Argent.
La blandió muy por encima de su cabeza en un gesto triunfal se la enterraría en la misma herida de la lanza.
Fue cuando ocurrió.
La princesa se interpuso entre ambos.
Recibió el golpe de espada justo en el pecho. Había salvado al barón de Argent.
Gianni se quedó de una pieza viendo a su amada.
Una ira incontrolable le dominó. Gritó con todas sus fuerzas mientras tomó la espada de Adriano.
Luchó con fuerza sobrehumana sin importarle el dolor del hombro. Al final le quitó la espada, la armadura y con odio le enterró su propia espada a Adriano en el corazón.
Después fue hasta donde estaba la princesa a quien lloró. Estaba muerta. La amaba tanto y ahora a quien podría entregarle todo lo que sentía.
El destino era cruel con el traidor sin nombre. Dicen los monjes que la traición es el peor de los pecados. Quizás era un castigo de parte del rey de reyes.
Las tropas de Adriano habían sido vencidas. Se retiraron.
Pero hasta el campamento de Adriano llegaron las noticias.
La princesa había muerto. También había muerto Adriano.
La condesa de Accell sonrió.
- Ese imbécil cumplió bien su papel. Ahora muerto no hay forma de que cumpla mi palabra. Y el honor de la familia ha sido restituido. La suerte está de nuestro lado hija. Ahora regresemos a nuestras tierras tranquilamente.
Nicolle estaba horrorizada por las palabras de su madre. También por la noticia. Sentía pena por el barón de Argent y la forma en como había perdido a su amor. Comenzaba a sentir simpatía por él. Un hombre de armas que protegía lo que creía era correcto.
El rey estaba totalmente complacido con las noticias. El reino de la princesa ya no tenía líder. El barón de Argent había ganado pero perdió todo a la vez.
El traidor sin nombre ahora era un hombre sin nadie a quien deberse. Un paria que sería perseguido hasta el último de sus días.
Comenzaría una nueva campaña ahora solo para reclamar ese reino como suyo a falta de un heredero. Más que pan comido.
En las clases de ballet Nicolle no se concentraba. Comenzó a cometer muchos errores.
La que antaño brillaba con su baile ahora parecía deslucida y torpe.
Esa tarde su madre la veía y eso la puso aún más nerviosa. Un hombre la acompañaba.
Al terminar las clases su madre la llevó aparte:
Hija.... mi querida hija. Sangre de mi sangre y hueso de mis huesos. Bella quizás como la aurora en un día luminoso. Has hecho que un rey te volteé a ver. Uno muy poderoso de una tierra lejana cuya religión persigue a los herejes. él te va a cuidar tanto mi niña. Te voy a extrañar porque solo tu cuidas bien de tus hermanos.
¿Qué? ¿ni siquiera me vas a preguntar si quiero hacerlo?
¿Acaso hay opción? ¡Ah si! Mi niña. ¿Recuerdas como usamos a Adriano para limpiar el nombre de la familia? Tú quizás eres tonta pero seguro comprendiste la lección. Debes usar a los hombres para obtener lo que quieres. Con tu belleza mi niña puedes enloquecer a cualquiera. Haz lo mismo con este rey. Que te dé la vida que te mereces, la que soñamos todas, una vida de lujos. Solo aprende a usar lo que tienes.
Eso, eso fue horrible madre. Llevaste a un hombre a matar a otro. Su amor..
El amor mi niña... no existe. Puros cuentos. Los hombres te dirán que te aman y después se lo dirán a otra, y otra, y otra. Jamás les creas nada. Esos cuentos de amor los inventan para que seas sumisa. Olvídate de ello y concéntrate en...
Madre, ¿querías a papá?
Oh. Querida. ¿no creerás que él era un santo o sí? Ya no eres una niña a la que se le puede decir cuentos de hadas. Lo quise si... pero no lo amaba. Eso es algo diferente y no dura. Créeme hija, eso no dura. Puedes amar a un perro o a un gato. Un hombre siempre te va a traicionar. Nunca esperes nada de uno.
Pero mi padre puede estar sufriendo en una tierra lejana. ¿Lo has buscado?
Lo más probable hija, es que ahora mismo esté en el lecho de una...
La frase no se terminó. Nicolle no soportó la idea sembrada en esa frase y le soltó una cachetada a su propia madre.
Llena de rencor e insatisfacción corrió lejos. Muy lejos. Casi al límite del bosque.
Vestida con su ropa de baile se sentía desprotegida. Sin embargo el enojo no le permitía pensar con claridad. Quería salvar a su padre. Quería hacer tantas cosas.
Pero sobre todo estaba harta de su madre. Una mujer sin sentimientos. ¿La quería? ¿Al menos una vez le había dicho que la quería?
Trató de recordar al menos una frase o una caricia de su madre.
Lloraba desconsolada. No logró recordar ni un solo gesto de su madre. Era una mujer tan fría, tan negativa. Era tan bella por fuera como horrible por dentro.
Escuchó el trotar de unos caballos cerca de donde estaba.
Era una caravana de artistas de teatro que iban de pueblo en pueblo haciendo espectáculos.
- Hey, bella y gentil dama. Una bailarina tan bella en el bosque. ¿Dónde va tan tarde o se ha perdido?
Nicolle lo pensó unos instantes. Si iba con la caravana quizás podría viajar lo suficiente y saber de su padre... y rescatarlo... o quizás al menos despedirse de él en una tumba donde llorar. Nada la ataba a su madre ni a sus hermanos. Huir de las humillaciones.
Dígame gentil hombre, ¿a dónde se dirigen? Mi compañía se ha ido y quiero ver si puedo darles alcance en algún lugar.
Mi pequeña y dulce aurora a la que podría componerle una canción, vamos al este visitando varios pueblos. Nuestro destino final es Boshi. De ahí es su fiel y seguro servidor. ¿de verdad quiere acompañarnos?
Si usted me lo permite caballero podría hacer bailes acompañada por sus instrumentos que ejecutan seguramente bellas y tiernas melodías.
Puesto está nuestro lugar más cómodo si usted acepta viajar. Suba conmigo mientras llegamos al siguiente pueblo. Soy el mago Grandier y esta compañía la recibe de buen gusto. Suba.... suba... que este día es de ventura pues la hemos encontrado....
En la casa de la condesa de Accell la gente estaba asustada.
Mientras ella se veía en el espejo para revisar si la cachetada de su hija le había dejado marca éste se rompió en dos partes.
No solo eso. Se había partido en un estruendo terrible. Como un trueno en una tormenta.
Aún así la condesa se mostró dura expresando en voz alta que cuando regresara su hija le esperaban días o meses encerrada en su habitación hasta el día en que se casara con el rey que la pretendía.
Se estaba imaginando ya como dueña de una casa señorial en un lugar lejano junto a sus hijos. Sirvientes siempre la atenderían mientras su hija manipularía los asuntos de aquel reino bajo la mirada supervisora de su madre.
Nada como asegurar el futuro con la belleza de una hija que no sirve para nada.
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