No vivimos nunca, sino solamente estamos a la expectativa de poder vivir; mirando siempre hacia delante, para hallar la felicidad en el futuro, es inevitable que nunca vivamos felizmente”.
Una de las causas más comunes de la infelicidad consiste en que a veces intentamos vivir la vida constriñéndola a un plan de pago retardado. Las personas sometidas a tal disposición no viven ni gozan de la vida ahora, sino que esperan, para vivirla, algún acontecimiento o suceso ulteriores. Serán felices cuando lleguen a casarse, consigan mejor empleo o hayan pagado la casa; cuando los niños hayan salido del colegio, hayan cumplido alguna tarea prefijada u obtenido una victoria. Siempre, pues, estarán desilusionadas. La felicidad es un hábito mental, una actitud también mental y si no aprendemos esto y no lo practicamos en el presente nunca llegaremos a experimentarla. La felicidad no puede depender de la solución de un problema externo. Cuando solucionamos un problema aparece otro para ocupar el puesto anterior. La vida constituye una serie de problemas. Si usted va a ser feliz del todo, debe ser dichoso. ¡Punto! Nunca obtendrá la felicidad “a causa de”.
La felicidad es un estado de ánimo puramente interno –dice el psicólogo Dr. Matthew N. Chappel-. Se produce no por los objetos, sino por la idea, los pensamientos y las actividades que pueden desarrollarse y formarse por la propia actividad de los individuos, no importa el ambiente en que éstos se hallen”.
Nadie más que un santo puede ser feliz el ciento por ciento del tiempo. Y, como George Bernard Shaw dice bromeando, todos seríamos unos indigentes si nos consagrásemos a un estado de continua santidad. Pero podremos, meditando en ello y haciendo una simple decisión, ser felices y pensar en cosas agradables la mayor parte del tiempo al observar que multitud de acontecimientos y circunstancias de la vida diaria son las que nos convierten realmente en seres desgraciados. En gran parte, solemos reaccionar a los pequeños y despreciables disgustos, a las frustraciones y cosas parecidas, con insatisfacción, resentimiento e irritabilidad, sobre todo, por no tener el hábito de reaccionar de manera distinta. Hemos practicado durante tanto tiempo el reaccionar de ese modo que el mismo se nos ha hecho habitual. Muchas de estas desgraciadas reacciones habituales fueron producidas por algún acontecimiento que interpretamos como un golpe dirigido a nuestra autoestimación: un conductor que nos toca su bocina innecesariamente; alguien que nos interrumpe y no pone atención a lo que estamos hablando; este otro individuo que no viene a nuestro encuentro como habíamos pensado que lo haría. Inclusive, podemos interpretar algunos acontecimientos de carácter impersonal, y hacernos reaccionar a ellos, como si hubiesen sido meras afrentas infligidas a nuestro sentimiento de autoestimación. Por ejemplo: el autobús que intentábamos tomar llega demasiado tarde; ha estado lloviendo precisamente cuando queríamos ir a jugar al golf; el tráfico se halla interrumpido en el preciso momento en que teníamos que ir a tomar un avión. Reaccionamos, entonces, con ira, resentimiento y autopiedad, es decir con actitudes de infelicidad.
Psicocibernetica por MaltzMaxwell