La seda manchada.

Seguía estando ahí.

Detenidamente la observaba con la desquiciada esperanza de que de un momento a otro se fuera.

La pulcra y brillante seda, ahora corrompida por una mancha de tinto ¿Qué diría su marido si se enterase que la noche anterior en un arranque de frenesí se dejo llevar? Y bailando sobre sus pies descalzos, usando su mejor bata bebió hasta que el mundo se torno amarillo y en una lucha contra sus represiones sus pisadas dejaron de ser firmes…

El vinilo que acariciaba sus oídos se volvió himno, elevándola al cielo.

A ese cielo al que pertenecía, viendo a su madre fumar mientras pintaba y ella solo observaba.

Libre.
Como su madre.
De nuevo tenía 9.
No existía el miedo.

Sus muñecas no tenían ataduras y la noche fue su mejor cómplice, pero aquella que parecía eterna se esfumo con estridente tintineo. Y sus pies tocaron suelo, el vinilo se detuvo y su copa resbaló manchando su fina vestidura.

El miedo ahora la vestía y guiaba sus pasos apresurados al baño donde se deshizo de un tirón sus ropas.
¿Qué diría él si la viera así?
Lavó su cara y se metió a la cama, sintiendo vergüenza de su tan inapropiada actitud.

‘’Pero que ocurrencias’’ se repitió mentalmente, dejando que esas manos ásperas de las cuales tenía memoria táctil hicieran con ella lo que quisieran.
Pues siempre había sido así y así tenía que seguir siendo…

Y volviendo a donde comenzamos.
Ahí estaba y seguía estando.
Esa mancha.

Encendió el vinilo y con pasos pesados fue a la cocina, tomo entre sus manos una copa y la llenó de tinto.

¿Tenía que seguir siendo así?

Pensó en los trazos firmes de su madre en aquel lienzo y todo se volvió amarillo.
La seda ahora era roja como sus mejillas.

No seguiría siendo así.