Definiendo al AMOR... Demostrando el AMOR... Viviendo el AMOR...

¿Amor?
¡Al mirar esto parece definirse solo!

Una joven madre admira a su pequeño bebé mientras este, acurrucado en su seno y con una de sus delicadas manitos sobre su pecho duerme tan profundamente donde se siente protegido y en paz con solo escuchar los latidos del corazón de su heroína cerca del suyo; al mismo tiempo, esa suave pero tibia, y casi imperceptible respiración sobre su frente, le garantiza que no se ha ido, que aún sigue allí, a su lado, vigilando sus sueños, enamorándose más y más de la idea de ser madre, pese al cansancio, a las noches sin dormir, al hecho de renunciar a ciertas cosas, de las cuales muchas han formado parte de su vida por años, sencillamente para cuidar, velar, guiar e iluminar, el camino de esta hermosa criatura que ahora le exige todo su tiempo y atención; y solo porque arriesgó su vida al soportar el inmenso dolor que sintió en lo más profundo de sus entrañas poco antes de darlo a luz, solo porque no derramó ni una lágrima al momento del parto y lo reservo para ese momento justo, casi extraordinario e indescriptible, que parecía ser más un espejismo que una realidad, el minuto exacto en el que asistió a esa cita a ciegas con el que se convertiría en el gran amor se su vida, solo por eso, puede decir al mirarlo por primera vez: “¡lo logramos pequeño! ¡por fin nos conocemos!”, y en ese punto, estallar en llanto y en un mar de lágrimas por no haber contemplado jamás creación más bella y maravillosa que esa, buscando desesperadamente qué pequita de su frágil y delicado cuerpecito se parece a la de ella; solo por eso, por eso y mucho más allá de lo que sea capaz de imaginar la mente humana, ella, con ese instinto único que solo pocos segundos antes de dar a luz se despierta en su ser casi que automático, se dispone y resuelve con total y absoluta determinación a no permitir que NADA, ni Nadie le haga daño NUNCA al ser que más le importa en el planeta, incluso más que su propia vida, ¡SU HIJO!... Eso amigos, se llama AMOR, único y verdadero amor.
¡Otra clase de AMOR! ¡Uno como el de él!

Un padre que lleva del brazo a su hija, pero esta vez, no para cruzar la calle, no, esta vez es diferente, esta vez, cruzará una gran puerta, una que los dirige a un largo, pero muy angosto pasillo, que no solo le cambiará la vida a su hija, también cambiará la suya, porque al final de la caminata, que para el parece ser tan corta y algo torturadora, entregará la mano de aquella mujer, que hasta hace poco solo era su pequeña niñita risueña, que correteaba por toda la casa, descalza, totalmente despeinada, y sin la más mínima intención de algún día dejar a su padre para embarcarse en una aventura, una nueva etapa. Pero si ella no se lo imaginaba, muchísimo menos él. No es egoísmo, no es que quisiera privar a su hijita de ser feliz, de amar y ser amada ¡NO!, ¡NI PENSAR! Solo NO quería dejarla ir, no quería soltar a la chiquilla que por años le sacó sonrisas gigantes con cosas tan pequeñas como un: “papito, te quiero”. Solo quería evitarle a su pequeña todas esas decepciones que inevitablemente forman parte de la vida, que a veces, vienen en compañía del matrimonio y las relaciones amorosas. Decepciones como las que él vivió en carne propia. Un corazón roto, una familia derrumbada, un hombre engañado y reemplazado, aún siendo el mejor esposo, padre y amigo. Hoy, algo atontado, pero orgulloso, se queda admirando la tiara que su pequeña lleva en la cabeza el día de su boda, recordando que hace algunos años le regaló una igual, pero no deja de pensar que esta sí es real, y se repite una y otra vez muy en su interior “¡que hermosa te ves hijita!”, al llegar al final, antes de entregarla le dice al joven: “aquí está ella, te la entrego como lo que es, una reina, por favor trátala igual que yo todos estos años, porque me estás arrancando un pedazo de mi corazón y si lo haces, es porque vas a cuidarlo”, así, se despide de ella con un tierno beso en la frente y la deja ir. Repito, no es EGOÍSMO, en absoluto. Eso, eso es AMOR.