Si bien es cierto que en Asia, los insectos son un placer para el paladar, Latinoamérica y más específicamente, la costa venezolana, presenta una alternativa variada en platillos exóticos de huevos, larvas o insectos. Más allá de los conocidos y deliciosos mariscos, la entomofagia -que se practica en países como China, donde consumen grandes cantidades de bichos aprovechando sus proteínas y minerales- pretende educar en los beneficios y la riqueza nutrimental de los artrópodos, como alternativa económica y nutritiva para los latinoamericanos, quienes lejos de consumirlos, somos dados a matarlos. Dicen los entendidos, que los insectos, bachacos o gusanos, como fuentes de proteínas en la industria alimentaria, son un hecho necesario frente a la hambruna. En un viaje por el Delta del Orinoco, el gusano de moriche formó parte de la degustación de la mesa Warao. La palma de moriche es el árbol de la vida del nativo Warao. Del moriche no se pierde nada. Hojas, frutos, e incluso los troncos que se caen, ya que en ellos, los indígenas crían las larvas gordas. Hay cocineros que están experimentado con este gusano, fusionándolo con ingredientes más tradicionales para enamorar el paladar esquivo de la mayoría. Los indígenas dicen que son energizantes y afrodisiacos, cuando los devoran crudos. A lo mejor la primera vez tienen que hacer como yo: No pensarlo mucho, dejar que los maquillen con pasta roja del Caura, al estilo Yekwana y envalentonarse con un palo de ron, antes de “zamparse” ese bicho. Si me preguntan, ni mal sabe. Lo comí frito. Es crujiente (por fuera) y grasoso y gomoso (por dentro).
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