Medita el peregrino, mientras salva los escasos metros que separan la catedral maragata y sus admirables tesoros artísticos del Palacio Episcopal o Museo de los Caminos, en aquellos hombres extraordinarios, sensibles, superdotados intelectualmente y también visionarios que, por alguna oscura razón que se le escapa, suelen nacer antes de tiempo y sufrir, en mayor o en menor medida, la incomprensión de una sociedad abotargada que todavía dista mucho de tener la suficiente madurez para comprenderles y aceptar la genialidad de sus obras, sus ideas y su visión personal del mundo y del arte.
Y mientras medita, siente, así mismo, que esas oscuras golondrinas –metafóricamente hablando- que revolotean ocasionalmente por sus pensamientos, llevan en los picos un nombre y un apellido, que tienen un poderoso efecto de fascinación: Antonio Gaudí. Si una de las figuras más asombrosas del Renacimiento italiano fue Leonardo Da Vinci, Antoni Gaudí fue –al peregrino no le cabe duda alguna-, el máximo exponente de un renacimiento espirito-intelectual, que despertando en esa Barcelona de finales del siglo XIX y principios del XX –la Reinaixença-, devolvió la luz a una sociedad que se debatía entre las eternas sombras del barroco, herederas de las inquisitoriales umbrías del ortodoxo felipismo escurialense. Era la época en la que el Santo Grial de las leyendas medievales se había transformado en la revolución industrial y Gaudí, a su vez, en ese Parsifal deambulante, que afortunadamente sí se hacía preguntas, hasta el punto de sentirse capaz de sanar la herida que el Progreso –en su vertiente de copa amarga o cáliz del sacrificio- estaba comenzando a levantar en ese peyorativo rey Anfortas, que no era, si no, la propia Naturaleza.
Comentan o dicen por ahí –continúa pensando el peregrino, aunque ignora realmente si son buenas o malas las lenguas que así lo llevan, lo traen, me dicen, te digo y os cuento-, que en la inconmensurable joya arquitectónica que tiene enfrente –como se ha dicho, el Palacio Episcopal o Museo de los Caminos-, se inspiró otro genio moderno del dibujo, de nombre Walt Disney, para crear el castillo de su Bella Durmiente; una Bella, reflexiona el peregrino-, que no parece, sino una alegoría, con toda probabilidad, a ese lado femenino y aparentemente dormido o, como lo definió el gran poeta Goethe, al eterno femenino que conduce al cielo. Hacia el cielo, como brazos hambrientos de fe y de gloria, se extienden las torres almenadas de este edificio, encargado por Joan Baptista Grau i Valles, sacerdote y amigo personal de Gaudí, también nacido en Reus, como él, hacia 1886, cuando fue nombrado obispo de Astorga, como siglos antes lo fuera aquél otro y precursor Toribio, elevado a la máxima santidad y depositario en el Monsacro asturiano de un arca repleta de reliquias que previamente había traído de Jerusalén.
Cuenta la historia, que no la leyenda –aunque a veces, una y otra se fundan en un fraternal abrazo-, que en aquellos momentos Gaudí se encontraba prácticamente absorbido en los proyectos relativos al Palacio Güell –donde algo decididamente templario debió de despertarse en su alma, pues incluso diseñó un templo hexagonal, incluida rotonda exterior, muy parecido al que la Orden tuvo como Casa Madre en la Ciudad Santa de Jerusalén, templo que por desgracia se demolió a principios del siglo XIX- y por supuesto, en su obra cumbre: la Sagrada Familia.
Tal vez la muerte repentina de su amigo y protector, el obispo Grau, en 1893, supusiera que la Academia de Bellas Artes de San Fernando –órgano de control de edificios públicos y artísticos de la época-, se mostrara incisivamente contraria a muchas soluciones de carácter neogóticas, consiguiendo que Gaudí abandonara un proyecto que fue completado, entre 1907 y 1914, por el arquitecto Ricardo García Garreta, aunque, según se comenta, con modificaciones radicales, referidas, sobre todo, a la parte superior.
No obstante esas alteraciones del proyecto original, al peregrino no le cabe duda de que hay suficiente esencia de la filosofía de Gaudí, como para no sentirse inmediatamente cautivado por su críptica belleza y la magia de esa geometría sagrada, cuyos símbolos fundamentales estuvieron presentes en todas y cada una de las obras que tan humilde Maestro realizó a lo largo de su vida. Y también, junto a la magia de ese mundo encantado de formas, medidas y proporciones –incluida esa atractiva escalera de caracol, que conecta los pisos superiores con la cripta, o lo que es lo mismo, simbólicamente hablando, el cielo con la tierra-, el peregrino no deja de maravillarse, además, con la estimable colección de obras de arte que alberga en su interior -no en vano, por algo fue declarado también Museo de los Caminos-, cuya visión y perspectiva, le sugieren otros tiempos y otras enseñanzas, donde el peregrino actual, como el peregrino de ayer, podría aprender numerosas cuestiones relacionadas con la trascendencia del viaje que está realizando.
Este palacio, junto con la denominada Casa Botín de León y el Capricho de Comillas, en Santander, forma parte de ese pequeño conjunto de maravillas arquitectónicas que Antonio Gaudí realizó fuera de su Cataluña natal y que, como las de allí, reciben, también, una atención internacional inusitada.
Authors get paid when people like you upvote their post.
If you enjoyed what you read here, create your account today and start earning FREE STEEM!
If you enjoyed what you read here, create your account today and start earning FREE STEEM!
Hermosa fotografía, me encanto, espero hacer un día el recorrido a Santiago :)
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit
Es toda una aventura. Si puedes y realmente lo deseas, te animo a que lo hagas. La Ruta Sagrada es todo un mundo a descubrir.
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit
Thanks to you and wellcome to my little world
Downvoting a post can decrease pending rewards and make it less visible. Common reasons:
Submit