Aquella noche pude soñar con ella y tuve la oportunidad de verla una vez más. Fue como si me dieran una bocanada de vida por un minuto. Estábamos observando la luna como solíamos hacerlo casi todas las noches. A pesar de quedar ciega a causa de una enfermedad que la afecto hace ya unos años se sentaba conmigo a contemplar la luna. Le comente que la vida es muy injusta. Por quitarte algo tan importante para ti y cualquier ser humano. Y le pregunte como había sido ese cambio de vida tan repentino para ella, de tener vision durante 30 años y en la cúspide de tú juventud te la arrebaten de una manera tan repentina. Ella sonriendo y en un tono de voz muy sincero y dulce respondió. Al principio todo era muy oscuro para mi, como si cayera a un pozo muy pero muy profundo y oscuro, no podía creer lo que me había sucedido, no paraba de llorar noche tras noche y pensaba lo mismo que tú. ¿Por qué la vida es tan injusta?
Al pasar el tiempo me fui dando cuenta que hay cosas que es mejor sentir cuando no puedes ver, e incluso puedes ver e imaginarte con el sonido cosas que jamas podrás apreciar con tú misma vision.
Sentir el abrazo y los primeros pasos de tus hijos es algo que nunca sabrá apreciar una persona con vision, mirar y sentir la brisa del mar y el roce del agua que salpica tú cara, o simplemente dejarte llevar por la hermosura de la luna.
Después de esa ultima palabra, volví a despertar en el lugar de descanso. Le agradecí a Dios por darme la oportunidad de preguntarle algo que no tuve el valor de hacerlo cuando estaba vivo. Ese sueño efímero me dio una gran lección de vida, aun después de estar muerto