Cuando nos la colocaron en nuestras manos nunca pensamos que iba a crecer demasiado. El chico que atendía la fundación nos dijo que era la más pequeña que tenía, y que había sido conseguida entre la basura, botada como si hubiese sido algo más. Dios sabía que necesitábamos de ella e hizo todo lo posible para que fuese encontrada intacta y con vida. Así que si nadie no se hubiese querido apiadar de ella, Kim nunca se hubiese cruzado en nuestro camino.
Tan pequeña que cabía cómodamente en las palmas de nuestras manos, la linda perrita blanca de manchas marrones boqueaba con hambre con sus ojitos todavía cerrados, moviendo su colita con pereza ante nuestras voces, sintiendo en nuestras manos el tibio y reconfortante calor de su diminuto cuerpo. Conseguida entre los restos de porquería mágicamente no olía a nada más, sólo a cachorrita, al bebé que no conseguíamos pero que llegaba de otra forma, la perrita que cambió nuestra perspectiva sobre la vida. Kim bostezaba mientras nos la llevábamos, acomodada entre nuestros brazos, al minicentro comercial donde teníamos nuestro pequeño negocio de películas, amoldándose a nosotros, conociendo nuestras voces con atención, aliviado su destino con nuestra aparición. Entonces comenzaría una larga experiencia de gratas proporciones donde veríamos con asombro cómo la pequeña criaturita pedía comida a las dos de la mañana con atorrantes chillidos lastimosos para sólo tranquilizarse con la mamila del tetero; reparábamos cómo se estiraba y crecía sin desmedida mientras nuestras espaldas y rodillas comenzaban a quejarse al recoger sus regalitos y limpiar sus lagunas por doquier; observábamos que su altura no tenía límites, y sus travesuras también. Se colgaba de las cortinas hasta tirarlas abajo, el viejo zócalo de plástico negro que había en el pequeño apartamento lo arrancó completo, las paredes las marcaba con sus gruesas patas y enorme cuerpo mientras los desastres que hacía, cuando nosotros no estábamos, quedaban en el pipote de basura. Libros mordidos, cornetas estropeadas, patas de la mesa de madera roídas, sofás invadidos y pelos por doquier era nuestra forma de vida con este hermoso terremoto que habíamos amparado.
Y Kim crecía y crecía y crecía, como Barrabás, el gran perro de Clara del Valle que llegó de altamar en una pequeña jaula, sólo para morir en La Casa de los Espíritus de Isabel Allende.
El Profesor Salcedo, nuestro padrino de boda religiosa, con su altura que lo encorvaba y lo regresaba a la tierra, decía que Kim era un Mamut disfrazado de perro. Su esposa, nuestra Madrina Angela, se maravillaba y espantaba por todo el trabajo de mantenerla, y sus hijos jugaban con ella como si ésta fuese uno más entre ellos. Su pelo brillaba y su lengua rosada denotaba alegrías, la cola la movía vertiginosamente tumbando y pegándole a todo, y nosotros nos reíamos de sus locuras que no contenía. Mi primito Michelito llegaba y con sus cinco años abrazaba a la gran perra con exagerada confianza, acostándose sobre ella, dándose ambos besos en sus bocas de infantes. Y Kim salía corriendo por el largo pasillo del apartamento como perro en canódromo, sólo para regresar a la entrada, trotando, y volver a correr por el mismo pasillo. Entonces, había que sacarla.
A dos cuadras quedaba la fresca Plaza Glorias Patrias y en ese trayecto que no podíamos controlar, ya que la perra nos paseaba a nosotros con mucha propiedad, Kim caminaba y caminaba o corría y corría quemando sus energías con delicia, feliz de sentirse libre y querida. Los fines de semana ingresábamos a la facultad de medicina y le soltábamos la cadena para dejarla libre, para que corretease por las desoladas instalaciones, echándose en la grama y dormitando al rato, ya reventada de cansancio. Y nosotros sentíamos una dicha que casi nos había sido negada.
Mientras los demás se molestaban porque teníamos semejante animal, nosotros hacíamos caso omiso a lo que dijesen, total, la gente siempre habla, como dice la canción. Nos esforzábamos y tratábamos, y recogíamos frutos con nuestra perra. Para tranquilizarla en su segundo celo la dejamos en casa de un amigo, dueño de Kershak, un hermoso perro Pastor Alemán que la preñó sin contemplación. 10 perritos salieron de esa unión que regalados y entregados, la dejó extenuada y madura a la pobre perra.
Una noche, luego de lavar infinitas montañas de platos en el Restaurante La Campana, el transporte de mi trabajo me deja a una cuadra de nuestro hogar. Cansado del trajín buscaba no pisar algún charco de la eterna lluvia que caía. Eran las 11 y 30 de la noche cuando vi a la Nena, una perrita de pelo dorado que parecía que buscaba, perdida, su hogar. Pregunté en puertas y ventanas abiertas, pero nadie respondió. Así que me la llevé, sólo por la preocupación de no verla atropellada en la mañana. Y la Nena se nos quedó también.
Estropeada, flaca, con una infección en una de sus orejitas y olorosa a calle, la acogimos y le dimos el hogar que ella buscaba esa noche que la conseguí. Y se hizo hermana de nuestra hija Kim, que jugaba con ella mientras la otra la regañaba por sus juegos toscos. Luego, llegaría el Nemo.
Nuestros tres hijos, cada uno, tuvieron una historia diferente. Y todos tres ya no están. Primero cayó la Nena, muchos años después, y nunca supimos qué fue lo que le pasó. Kim se envejeció a un punto que no quería comer, no quería levantarse, no quería pasear. 20 días antes la saqué a caminar, y me dije a mi mismo que mi vieja ya no podía más. Y nos fuimos preparando para la despedida.
Cuando el viejo colchón donde estuvo la terminó de acomodar, no hubo manera de volverla a levantar. Y como si hubiese sido nuestra vieja bebé, le volvimos a dar agua y comida en su boca, y le limpiábamos sus desgracias, y mirábamos hacia arriba porque ya ella se preparaba, y nosotros todavía no.
Cuando la inyección se administró, Lisbeth vio cómo su vista se apagaba, y yo noté cómo dejaba de respirar, para quedar inerte y sin vida en el cementado patio. Nuestro dolor sigue siendo el mismo, ya que ella no está. Murió un domingo a mediodía, dejándonos muchísimos recuerdos y valiosa felicidad.
Gracias Kim por haber sido nuestra hija y habernos regalado mucho bienestar; perdona algún mal trato, no tenemos la culpa de ser humanos, y espero, junto con tu hermana y hermanito, que nos reciban cuando lleguemos a nuestro cielo soñado. Sé que haces reír a PapaDios con tus ocurrencias entonces no te alborotes tanto, y salúdame a todo aquel que nos conozca, que algún día nos veremos.
Te amamos y queremos mucho, mi Vieja Kim. Nena y Nemo, los extrañamos demasiado. Un buen abrazo para ti y los demás.
Ciao.
PP
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