La inmensidad de aquella estructura donde estaba lo tenía en un estado de shock. El asombro no lo deja pensar claramente sobre lo que ocurría a su alrededor. Colocado sobre un pedestal, el esperaba a ver cuál sería su destino.

Una suave brisa acarició su cuerpo y gracias a ella, sus pensamientos fueron adaptándose a la realidad. Sintió el clima templado que había en el ambiente. Poco a poco su cerebro comenzó a analizar un ruido que creaba un ambiente de algarabías.

El ruido iba en aumento y cada vez eran más claros los gritos de quienes ocupaban las gradas de aquel ovalo gigante que era considerado una de las obras maestras de arquitectura e ingeniería de la raza humana.

Gritos, cánticos, silbidos, aplausos, eran acompañados por estandartes de colores representativos a los dos grupos que se enfrentaban en aquel combate. Un desafío que definiría a un campeón. Un desafío que llevaba un recorrido de algunos años para llegar a este preciso momento.

Muchas lágrimas, sangre y tristeza se habían derramado en aquellos campos de batalla. También se vieron muchas sonrisas, alegría y celebraciones. Sentimientos encontrados que reflejaron en algunos momentos los gladiadores que participaron en ese largo camino.

Grupos de gladiadores que se entrenaron, desde muy temprana edad, en el arte que practicaban orgullosamente. Representaban la tierra que los vio nacer y con ese orgullo daban el todo por el todo para obtener el triunfo, y con ello, llevar alegría a la tierra de dónde venían.

Él podía ver en las gradas a todo tipo de personas que mostraban los diferentes niveles sociales de la sociedad a la que pertenecían. Pobres, clase media, ricos, todos en un mismo lugar. Divididos en diferentes niveles de aquel recinto, al final, los gritos y expresiones rompían las barreras sociales.

En el terreno, el veía, como los trabajadores se apresuraban a preparar el campo de competición. Algunos corrían con instrumentos para el enfrentamiento, otros llevaban logística para todos los participantes.

Levantó su mirada y pudo contemplar que la naturaleza estaba de acuerdo con lo que iba a suceder en aquel lugar. Un día despejado donde se podía apreciar un cielo azul y despejado.

Mientras veía el cielo azul, su cuerpo, seguía siendo acariciado por aquella brisa de aire templado que lo sumergía en un estado de éxtasis. Él estaba allí porque había nacido para estar allí.

No era un ser único, pero fue concebido para jugar un rol importante en su vida, en el sistema, y ese día había llegado. Sería el quien llevaría la responsabilidad de hacer brillar a los gladiadores que se enfrentarían en el campo.

Sentimientos encontrados luchaban dentro de ese ser mientras disfrutaba de aquel momento. Un orgullo por el rol que debía desempeñar en aquel importante día, por el contrario existía un miedo de saber que quizás su existencia podría no ver un nuevo amanecer. A pesar de aquella lucha interna, él disfrutaba del viento que sentía en su piel y del ver un cielo azul tan espectacular.

Un sonido estruendoso lo sacó de su estado de éxtasis y lo devolvió a la realidad. Una ovación general de todos los asistentes cubrió todo el recinto donde se realizaría la batalla final. Gritos y consignas eran emitidos con gran entusiasmo. Estandartes eran enarbolados por cada incondicional.

Todas las miradas eran dirigidas a un punto específico. Él, en su pedestal, hizo lo mismo y pudo ver como a través de la salida de un túnel, ubicado en uno de los laterales del gran óvalo, salían quienes se enfrentarían en el terreno.

Veintiséis siluetas humanas salían del interior de aquel túnel caminado en una formación, casi perfecta, de dos filas que dividían al grupo. La formación era liderada por aquel ser trajeado de negro.

La formación se dirigía en dirección al centro del terreno. En su camino estaba el podio donde se postraba el protagonista silencioso del combate final. El líder de la formación lo tomó con sus brazos y lo llevó consigo hasta el destino final de la caminata.

Una vez en el centro, los veintiséis conformaron una línea horizontal paralela al lateral del gran óvalo y allí se quedarían en pie saludando a los asistentes. El líder de la formación, que ostentaba el centro de la misma, saludó y con ímpetu colocó al protagonista silencioso en el suelo para acto seguido colocar su pie derecho sobre el cuerpo de este.

En el suelo él estaba inmóvil por el peso infringido por el pie del líder de la formación. El ruido de los espectadores era ensordecedor y creció mas en decibeles al verse en el palco de honor del gran óvalo a los líderes de cada territorio que se enfrentaban y al organizador del combate final.

Un silencio generalizado invadió el recinto y esto dio paso a que se pudieran escuchar el canto de guerra de cada territorio que se enfrentaban. Al terminar los cantos, los asistentes volvieron a crear una gran onda sonora que envolvió de nuevo el óvalo y el ambiente comenzó a tomar temperaturas elevadas.

Cada quien apoya a su respectivo grupo de gladiadores y por ese apoyo, el ambiente estaba lleno de mucha electricidad. Existía una gran rivalidad entre ambos grupos pero también existía un respeto.

Desde la orilla del terreno del enfrentamiento, el líder de la formación recibió señales de que ya era tiempo de empezar con el combate. Este se dirigió hacia sus subordinados para que tomaran sus posiciones.

Los gladiadores, al ver que aquellos hombres tomaban rumbo diferentes en el campo de lucha, se dirigieron a tomar sus posiciones en el campo de batalla. El líder de la formación quitó el pie que posaba en el cuerpo de aquel protagonista que se encontraba en el piso y se apartó unos metros.

El ambiente era, a cada momento, más ensordecedor. La adrenalina invadía a todos los que estaban en aquel terreno de juego. Él, en el piso, no escapaba a esa sensación de emoción que dominaba a todos a medida que se acercaba el momento de comienzo del enfrentamiento.

Dos gladiadores del mismo bando se acercaban al cuerpo que yacía en el centro del campo. Uno de ellos se postró cerca mientras el otro mantuvo algo de distancia. Todos tenían sus miradas puestas sobre la humanidad del líder de la formación.

En la mente de aquel líder una cuenta regresiva corría con exacta sincronía. 10, 9, 8, 7, 6, 5, comenzó a levantar su brazo en alto, 4, 3, 2, 1, y al llegar al 0 dejó caer aquel brazo hacia abajo. Esta fue la señal del comienzo del combate.