En Juan 8:34 Jesús le dice a los incrédulos fariseos, "De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado". Jesús usa la analogía de un esclavo y su amo para hacer la observación de que un esclavo obedece a su amo porque es de su propiedad. Los esclavos no tienen voluntad propia. Están literalmente bajo el yugo de sus amos. Cuando el pecado es nuestro amo, somos incapaces de resistirlo. Pero, por el poder de Cristo para vencer el poder del pecado, "siendo libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia" (Romanos 6:18). Una vez que venimos a Cristo en arrepentimiento y recibimos el perdón de pecados, somos empoderados por el Espíritu Santo que viene a vivir dentro de nosotros. Es por su poder que somos capaces de resistir al pecado y convertirnos en esclavos de la justicia.
Los discípulos de Jesús le pertenecen a él y quieren hacer las cosas que a él le agradan. Esto significa que los hijos de Dios lo obedecen y viven libres del pecado habitual. Podemos hacer esto porque Jesús nos ha liberado de la esclavitud del pecado (Juan 8:36) y, por tanto, ya no estamos bajo la pena de muerte y separación de Dios.
Romanos 6:1-23 profundiza aún más en esta idea de un esclavo y su amo. Como cristianos no estamos llamados a continuar en el pecado usual porque hemos muerto al pecado. Romanos 6:4 dice que, puesto que hemos sido sepultados y resucitados con Cristo, ahora podemos caminar en novedad de vida, a diferencia del inconverso que todavía es un esclavo del pecado. Romanos 6:6 dice que, ya que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, ya no debemos servir más al pecado. Y en Romanos 6:11 dice que debemos considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Dios nos ordena que no dejemos que el pecado reine en nuestros cuerpos, obedeciendo sus deseos, sino que por el contrario nos presentemos a él como instrumentos de justicia (Romanos 6:12-14). En Romanos 6:16-18 se nos dicen que somos esclavos a aquel que obedecemos, ya sea obediencia al pecado o la obediencia a la justicia. Vamos a ser esclavos de Dios, de quien recibimos nuestros dones de santificación y la vida eterna. Esto lo hacemos porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23).
El apóstol Pablo, el autor de Romanos, dice que él sabe cuán difícil puede ser no vivir en pecado, porque él luchó con eso incluso después de que se convirtiera en un seguidor de Cristo. Esto es importante que sepan todos los cristianos. Mientras que ahora estamos libres de la pena del pecado, todavía vivimos en la presencia del pecado mientras que estamos vivos en esta tierra. La única manera en que podemos ser libres del poder del pecado es por el poder del Espíritu Santo que le es dado a los creyentes en el momento en que llegamos a la fe a Cristo (Efesios 1:13-14), y esto nos sella en Cristo como la garantía de nuestra herencia como hijos de Dios.
La presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas significa que, a medida que crecemos en nuestra fe y llegamos a amar a Dios cada día más, tendremos la fuerza para resistir cada vez más el pecado. A través de la obra del Espíritu Santo, estamos empoderados para resistir el pecado, no ceder a la tentación y vivir según la palabra de Dios. Los pecados usuales los vamos a detestar cada vez más, y nos encontraremos de no querer hacer nada que pueda obstaculizar nuestra comunión con Dios.
Romanos 7:17-8:2 es un maravilloso estímulo para los creyentes porque nos dice que, aun cuando pequemos, ya no hay ninguna condenación porque estamos en Cristo Jesús. Y 1 Juan 1:9 nos asegura que, cuando pecamos aun siendo cristianos, si confesamos nuestros pecados cada día al señor, él es fiel y justo y nos limpiará a fin de que podamos seguir viviendo en una correcta relación con él. A lo largo de todo el libro de Efesios, el apóstol Pablo nos exhorta y alienta a caminar como hijos de la luz, a amarnos como Cristo nos amó, y aprender lo que al señor le agrada y a ponerlo en práctica (Efesios 2:1-10; 3:16-19; 4:1-6; 5:1-10). En Efesios 6:10-18 Pablo nos muestra cómo ser fuertes en el señor colocándonos toda la armadura de Dios cada día para poder resistir las artimañas del Diablo.
Como seguidores de Cristo cuando nos comprometemos a crecer y madurar en nuestra fe, leyendo y estudiando la palabra de Dios cada día y pasar tiempo en oración con él, nos encontraremos que cada vez seremos capaces de mantenernos en el poder del Espíritu Santo y resistir el pecado. Las victorias diarias sobre el pecado que tenemos en Cristo, nos alentará, nos fortalecerá y demostrará de una manera poderosa que ya no somos esclavos del pecado, sino que somos esclavos de Dios.
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