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No es la falta de inconvenientes, es la fortaleza y la inteligencia que Dios nos da para enfrentarlos. No promete Dios librarnos del fuego de los esfuerzos, o apagar el incendio de nuestros propias circunstancias, El promete que va a estar con nosotros mismos, nos tomará de su mano, nos cubrirá con su Espíritu y aquel fuego no producirá efectos en nosotros mismos, más que demostrar la gloria de Dios, mediante nuestra vida.
Sí somos hijos de Dios y herederos de Su reino, aquello es verdad. Y esto no supone que tengamos que vivir una vida en la miseria, pero tampoco involucra que estemos exentos de las aflicciones.
«…Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo…»Juan 16:33.
No estamos solos; Dios no nos ha abandonado. Inclusive una vez que enfrentemos el deceso, lo haremos con Dios a nuestro lado, con Jesús a la cabeza.
Dios no promete que no tendremos que pasar por situaciones difíciles, tampoco plantea que no pasaremos por el calor del fuego o por los golpes que puede darnos las olas del océano.
Para nosotros mismos, los hijos del Monarca, el planeta es observado a partir de una visión plenamente distinta, pues entendemos que a los que aman a Dios cada una de las cosas nos ayudan a bien.