En el pueblo había un bar, los bares de entonces no eran solo para ir a beber licor, servían café, comidas del lugar y obsequiaban cada cierto tiempo unos canapés, a los que le decían pasapalos.

Al que yo asistía, era visitado fundamentalmente por pintores, poetas, músicos y profesores de la universidad.

Yo salía del trabajo y mis pasos se iban solos hacia allá, terminando la tarde y comenzando la noche; ávido de escuchar algún poema, el final de la novela de alguno de los amigos, contar algún chiste, de sentir la cercanía de alguna muchacha que terminara de alborotar mi endemoniado furor hormonal de aquellos tiempos.

Entre cervezas, cuentos y lecturas aprendí muchas cosas, y me sentí feliz al lado de gente que me quería.

El reloj de arena del destino nos fue alejando, en mi caso ya son cinco años sin mirar la luz de esa ciudad que me enamoró por más de cuarenta años; y sé que el bar ya no está; y si estuviera, ya nosotros no somos los mismos; sin embargo, yo, que ahora casi no escribo y que cuando escribo siento como si pintara con un pincel maltrecho, y el papel me mira insatisfecho, imaginariamente me siento muchas veces en la barra del bar, pido una cerveza bien fría, y veo llegar uno a uno a mis amigos; y en ese mundo interior que aún conservo, cantamos juntos hasta el amanecer camino a nuestras casas por la orilla del mar, felices, sí, muy felices.

Fin

Me gustaría invitar a @adeljose, @bellana y @casv. aquí la información