Hugo llegó a la conclusión de que sus vidas, sus manos que de cuando en cuando se tocaban, habían sido víctimas de un constante desencuentro. Cuando sus bocas se besaban siempre uno de los dos negaba desde muy dentro ese último sabor de la saliva a la otra lengua.
Tal vez era eso, eso y la complicidad, el estertor perenne del deseo, que no se ahogaba nunca a pesar de todo el semen del mundo, eso y la felicidad de burlar a la humanidad, lo que después de cada ausencia volvía a entrelazarles los brazos, las espaldas, los sexos, volvía a fusionarlos en el desencuentro.
Hugo recordaba todas las veces que él llegaba y sus labios parecían una invitación impostergable, un reclamo de besos. Hugo era el deseo desnudo y palpitante que se estrellaba contra la pared del no deseo. Las veces en que uno de los dos apagaba la vela que el otro acababa de encender, porque en ese momento la única aliada posible era la obscuridad. Las discusiones entre Mozart y los Beatles, las maletas que se quedaron hechas porque alguno de los dos no podía, las llamadas telefónicas de una de las dos partes para que la otra respondiera que por qué no nos vemos más bien la semana que viene, y todos los días y las horas se convertían en la semana que viene.
La divergencia, el reiterado desencuentro, tal vez como un temor a llegar a quererse demasiado y decir te amo, un día que el sol no tuvo la culpa de salir. Desencuentro, como el sueño que uno deseaba recordar a la mañana siguiente y no podía.
Hugo iba dando tumbos por las paredes de su casa sola, quitando todo lo que le recordaba el constante desencuentro. Descolgó las fotos, los poemas y las figuritas de papel. Hizo estallar el yesquero rojo, destruyó las crónicas, debidamente pasadas en computadora, sobre las cosas mágicas que les ocurrían cuando iban a buscar libros viejos debajo del arcoiris.
Lanzó furioso por el fregadero los restos de aquella hermosa sonrisa mojada de bar. Hugo se desplomó sobre la alfombra donde por primera vez había visto sus pies desnudos, se dejó caer, llorando y deshaciéndose,
llorando
llor ndo
l or ndo
l or nd
l r n
La rabia era incontenible. Esa rabia que sobreviene después de la tristeza, esa rabia que levantó a Hugo de la alfombra, aún llorando y lo hizo caer cinco metros más allá en esa música que antes no le gustaba. Esa música cascada de noche y humo de marihuana. Psicodelia. Barbitúricos años setenta.
Lo que antes era simplemente haber cambiado su disgusto a gusto por esa música se le convertía ahora en obsesión por desear y no desear recordar, por desear su cuerpo mil veces más. La rabia y el deseo se adueñaban de Hugo:
How I'd wish, how I'd wish you were here,
coño, qué cagada, de Bach y Mozart a Pink Floyd. Y todo por tu culpa, por tu cabello largo y tu viaje incesante a la alucinación, y pongo a Pink Floyd porque me deprime más
We're just two lost souls swimming in a fish bowl, year after year,
y pensar que esto se lo escribieron a ese guitarrista que se volvió loco de tanto ácido, pero tú lo que sufrías era de un manantial de ron desesperado y ginebra y el delirio tuyo era distinto al mío y tu risa gigantesca me invadía la piel, los dos éramos también casos insalvables pero mi instinto sólo deseaba obedecer a tus brazos tan seguros, y yo ahora me revuelco de rabia por tu culpa, porque ya no estás y es imposible resucitar la primera vez que nos besamos y nuestras piernas querían penetrarse entre sí y no podemos revivir otra vez ese orgasmo que nos hacía estallar antes de que cada uno se perdiera al otro lado inalcanzable de la cama
running over the same old grounds,
sí, me acuerdo de la velocidad con que escapabas, tu prisa de todos los kilómetros por hora del mundo, y me decías que era buscando más vida y yo entendía y hacía de perfecto copiloto porque tus labios vertiginosos eran la abolición de toda muerte y me quedaba tranquilo mientras la autopista seguía fluyendo hacia nosotros. Cada vez que yo te decía que tenía miedo o que estaba triste, cada vez que te decía que tuvieras cuidado, tú hundías más las uñas de tus pies en el acelerador, justo cuando yo empezaba a desear que clavaras tus uñas más bien en mi espalda
what have we found?, the same old fears,
tal vez debería decir tears en vez de fears porque yo sigo teniendo miedo pero tú jamás sentiste esa garra del desasosiego que le sacude a uno el pecho y la frente. Tears entonces, porque sé que tú también estás llorando igual que yo ahora
wish you were here.
y pensar que esos músculos que estoy deseando sentir sobre mí y dentro de mí no eran tan fuertes, el corazón te estalló en pedacitos mientras dormías, te hizo explosión en un sueño
(solo de guitarra)
Tú que siempre fuiste volcán y océano, el aliento caliente a alcohol cuando llegabas a mi casa, que llegué a conocer hasta tus olores, puente que bailabas en el viento, sobre el abismo entre la vida y la muerte, niebla acelerada y sonriente entre las líneas paralelas.
Cuando nos desnudábamos y hacíamos el amor, despacito como los duendes para que dure más, como dos ballenas en el fondo de nuestro propio líquido, dos caracoles, hacías que me brotara tu canto de Simbad seducido, ardiente como una boca abierta en deseo. Mi desespero te arañaba las piernas y las nalgas, las puertas hacia la tierra del placer infinito, la otra orilla del mismo río donde el agua era la explosión de nuestras bocas, Tú entrabas en mí y yo entraba en ti, te posesionabas, como la mantis religiosa que devora hasta las lágrimas del orgasmo de su amante, y ya absolutamente confundidos uno en el otro, te derramabas con toda tu vida y muerte dentro de mí.
Coño, no entiendo. ¿Por qué tenía que darte un infarto?. Ahora me jodí yo. Quoth the Raven, "Nevermore". A los veintiséis años y te mueres de un infarto, te quedas dormido para siempre, como diría el amigo William, y yo aquí, recordando que la palabra que más te gustaba en inglés era mahogany. A lo mejor te quedaste soñando con los libros del arcoiris o con un concierto de rock o las figuritas de papel que tanto te gustaban, tal vez con una autopista inacabable a lo largo del mar. Lo más seguro es que haya sido una pesadilla con los campos de concentración de Auschwitz.
Qué ironía tan grande, porque tú sólo necesitabas dormir tres o cuatro horas para volver a hacerme el amor, vestirte otra vez, ponerte la camisa, la corbata y la cara que elegías con tanta libertad. Regresar al disfraz, al trabajo, al desayuno en cualquier otro sitio, al desencuentro.
(notas finales de Pink Floyd, Lado B)
A Hugo le dio tiempo de volver a ver una foto de Víctor y él, un día que visitaron una casa que parecía un castillo en las afueras de la ciudad, guardada en una revista vieja que se estaba deshojando. Lanzó todo al suelo, y con el único grito de su existencia desató toda la furia y el deseo que sentía, volvió a desear el sueño de Víctor y a Víctor en su sueño. El huracán más fuerte de su vida le destrozó los oídos mientras caía. No era para menos, si se considera que fue desde un piso veinte. Tal vez en ese sueño con Pink Floyd, figuritas de papel y una autopista incontrolable a toda velocidad no haya desencuentro.