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Florentino Malpica se quedó viendo, fascinado, el cuadro que se encontraba en la pantalla de la computadora de su hijo Rogelio y exclamó con ese tono de jactancia que ponía en la voz cuando necesitaba dejar en claro sus pintorescos conocimientos: ¡Ese hombre es un gallero! La manera en que lo agarra por debajo para mostrárselo a la doña que quiere comprarlo y la seriedad casi reverencial ante el magnífico animal que exhibe con orgullo delatan su condición de cuidador y jugador.

Se le nota también, mientras uno lo mira con atención, continuó diciendo Florentino para que el muchacho lo escuchara, que pareciera que no lo quiere vender, que le cuesta deshacerse del gallo porque se evidencia que es un buen ejemplar, parece un guerrero de esos de raza española que nunca deja de picar y lanzar la espuela hasta que el contrincante cae rendido en la arena; ahí donde tú lo ves, ese hombre de seguro está pensando que solo la necesidad de dinero lo obliga a deshacerse de él y le duele que un "canagüey" con esa estampa termine en una olla de sancocho cualquiera.

Cómo te emocionan los gallos, papá, le contestó sonriendo Rogelio; acuérdate que en este país esa vaina está prohibido. Florentino hizo un gesto de conformista aprobación y se retiró hacia su habitación sin agregar más nada. El joven quiso entonces continuar escribiendo el relato que ya tenía esbozado para el Concurso de Arte y Escritura, pero no pudo. Su mente imparable se trasladó hacia el gallo de Sebastián, en Casas muertas, que derrotó al del despótico coronel Cubillos, y recordó que a raíz de una pelea de gallos fue que José Arcadio Buendía asesinó a Prudencio Aguilar en Cien años de soledad y que el famoso adalid emplumado de El coronel no tiene quien le escriba jamás se supo si llegó a pelear o no.

El destino de todos esos personajes de novela, se dijo Rogelio, fue irremediablemente fatídico; y cayó en cuenta de que ciertos estudiosos de la literatura han visto en algunos de esos gallos de la ficción el símbolo de las luchas y la redención de los pueblos latinoamericanos… Lo siento, papá, pero es de verdad inútil tu entusiasmo por esos animales, pensó a modo de conclusión, mientras se disponía a seguir escribiendo: en nuestra insigne narrativa solo han sido emblemas de lo que nunca hemos logrado y en tu atareada realidad, de acuerdo con las palabras de mi difunta madre, lo que hicieron fue llevarte a la ruina.

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_{Invito a la amiga @mariami a participar en el Concurso de Arte y Escritura.}