Tu opinión Importa/Semana #1/ Adicción al celular en niños

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Hoy en día, hasta los padres más sensatos y preocupados por la educación integral de sus hijos se encuentran en la peligrosa encrucijada de permitirles el uso de los teléfonos celulares o de restringírselos por el bien de su salud mental y, si lo pensamos un poco más, también de su bienestar físico, ya que el uso de tales dispositivos no deja mucho lugar para el movimiento del cuerpo.

Si partimos de las premisas de la libertad y de que cada individuo debe experimentar a plenitud la época en que le tocó vivir, pareciera lógico que consintiéramos que los niños utilizaran los teléfonos móviles sin limitaciones de ninguna índole. En efecto, nadie debería divorciar a un semejante, escudado por su autoridad, de la dinámica realidad en que debe desenvolverse. A primera vista, se percibe como una medida inadecuada que los adultos les coarten a los más pequeños su derecho a conocer y a dominar con efectividad las herramientas que son comunes dentro del funcionamiento de la sociedad, y que continuarán evolucionando y convirtiéndose en elementos fundamentales de la existencia.

Todo eso que hemos dicho puede ser cierto, sin embargo, no podemos olvidarnos de que un celular es un dispositivo formidablemente versátil y que la mente de los niños no se encuentra, de ninguna manera, preparada para el sinfín de posibilidades que pueden ofrecerles esos artilugios, mientras se encuentran conectados a la red. Nada es más subyugante que una pantalla. Ya desde hace años, ante la omnipresencia de la televisión en todos los hogares, los investigadores de la salud alertaban sobre su perniciosa influencia en los seres humanos. Pero son minúsculos los problemas que, en aquel entonces, se derivaban de ese artefacto que a todos nos entretenía con respecto a los que surgen ante el uso excesivo y sin control de los teléfonos móviles.

El celular es un instrumento que se maneja en solitario, un dispositivo que se utiliza de manera individual, que nos aísla de nuestro entorno porque en esa pequeña pantalla podemos encontrar lo que existe y lo que no existe, casi todo lo que la mente, en normales o alteradas circunstancias, puede imaginar, allí estará, para mal o para bien. Ante esa avalancha de opciones para la diversión o para cualquier otro loable o avieso propósito, un niño que no es capaz, por supuesto, de discriminar lo que le conviene corre el riesgo de que su conducta, sus pensamientos, se deformen por completo.

La comprometida dinámica social de la actualidad y la excesiva permisividad que disfruta la infancia, amparada por los equivocados parámetros de una libertad que no toma en cuenta la inculcación de valores elementales, inducen a los padres a prodigarles a los hijos todo aquello que los distraiga, que los mantenga calmados con el propósito de que no les importunen sus merecidos ratos de ocio. No se dan cuenta, sin embargo, o prefieren desentenderse de eso por negligencia, de que el celular, esa alucinante pantalla, puede crearles adicción; y que, por esa razón, suelen surgir trastornos conductuales que desembocan en hechos lamentables.

Lo ideal entonces, desde nuestro punto de vista, no es que a los niños se les prive por completo de conocer y experimentar con esas extraordinarias herramientas que la tecnología ha puesto al servicio de la humanidad para que su existencia sea más cómoda y efectiva, sino que debe existir un tiempo estipulado para su uso, además de una constante supervisión de los sitios o las páginas que frecuentan los pequeños. Y para cumplir con eso es imprescindible que los padres se encuentren dispuestos a asumir cabalmente ese rol.

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