Todos los mensajes eran de Las Tres Gracias de mi vida: mi madre, mi abuela y una tía que es mi segunda madre. El resumen de todos los mensajes era que debía viajar de inmediato para Cumaná por la pandemia mundial y porque en Venezuela acababan de decretar confinamiento total y suspensión de toda actividad grupal por tiempo indefinido. Y el segundo gran mensaje: “Te he estado llamando desde anoche ¿por qué no respondes? ¿dónde estás?”

En ese momento entró una llamada. Era mi madre. Respiré profundo y respondí. Me puso al día con la novedad y me ordenó que saliera de inmediato para Cumaná.

Le dije que tenía que buscar efectivo pues no tenía cómo pagar ni siquiera el bus que me llevaría a Valencia. Me ordenó que buscara, que resolviera pronto. Estaba fuera de sí. Traté de tranquilizarla y le aseguré que iría al banco a ver cuánto estaban dando (en aquél momento ya había muchas limitaciones con respecto a la cantidad a retirar) y además le pediría a un amigo que tiene un negocio de comida rápida. Me dijo que me moviera y colgó.