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La despedida

Me acerqué lentamente al borde de la piedra, nada era más importante en ese momento que nuestra despedida.

Sería la última vez y ese momento quería guardarlo en lo más profundo de mi corazón.

El río fluía con fuerza, al igual que los latidos de mi corazón.
Al chocar con las rocas, el agua se transformaba en rocío y se mezclaba con mis lágrimas.

Yo no dejaba de mirar hacia el horizonte, anhelaba verte aparecer con tu pícara sonrisa y tu acariciante mirada una vez más.

Me dejé llevar por mis alocados pensamientos y volvieron a surgir los recuerdos en cascada.
Tantos planes y tantas promesas diluidas en el tiempo. Las esperas impacientes, las miradas cómplices, los silencios efervescentes. Un instante milagroso que quedo suspendido en una gota del río.

El agua subía por mis piernas y no me resignaba a perderte.
Mi ropaje húmedo hacía que mi piel gritara olvidadas sensaciones.

Te vi aparecer cuando las aguas comenzaron a abrazarme. El mismo abrazo que te alejó de mí una tarde de besos a la orilla del río.

Nuestro último encuentro se tornó cálido e infinito. Danzamos dentro del remolino absurdo del tiempo. Nuestro encuentro fue tan profundo como la oscuridad que hoy nos envuelve.