María observaba el lienzo en blanco mientras temblaba de rabia e indignación por los comentarios con los que la gente de su entorno la agredía a diario a ella y a Emilia.

Ellas no le hacían daño a nadie, simplemente habían decidido vivir como querían y como sentían. ¿Era eso tan malo? ¿Acaso la historia no estaba llena de secretos de otras personas como ellas que prefirieron ocultarse en las sombras?

María tomó el pincel y pintó su calle, al fondo se observaban árboles mutilados y tristes, tanto como sus sentimientos en ese momento.

Apoyadas sobre ellos, inmóviles y casi invisibles, se adivinaban las siluetas traslucidlas de sus pensamientos.

Desnuda, erguida e imponente, con la mirada lejana perdida en un futuro desconocido, se veía a sí misma. El blanco luminoso sugería esperanza. También era una imagen de rebeldía e inconformidad.

Detrás, con los brazos en alto y de espaldas, también desnuda como la verdad. Nunca vencida, más bien desafiante y haciéndose notar. Luchadora y convencida, enfrentándose a la sociedad estaba representada Emilia. Juntas y complementando su causa para no callar a las generaciones futuras demostrando su libertad.

En tercer lugar, descansaba en el suelo, abrazada a la tierra y a las raíces, estaba Carla. Su actitud era de entrega, se sabía la semilla del futuro, la primera piedra del gran cambio social. Se sentía orgullosa del sacrificio de sus madres, pero más aún de la revolución que estaban iniciando.

Sus derechos como familia, como mujeres libres y como sociedad quedarían grabados en su pintura por los siglos de los siglos y la gran lucha tendría como bandera el amor.

Las nubes grises siempre terminan siendo arrastradas por el viento.