Segunda Edición del Concurso Literario Foto-relato, en #Venezolanos Steem/ Participación simbólica: Mi Pinto

Cuando yo vine al mundo papá me regaló un potrito recién nacido a quien llamaron Pinto.

Pinto fue mi mejor compañero, no había aprendido a caminar muy bien cuando ya montaba a Pinto, ayudada por papá y mamá, quienes me enseñaron a llevar los arreos y a conversar con él usando el lenguaje de mi cuerpo.

Cuando aún yo era una niña muy pequeña, de cuatro años, Pinto ya no era un potro sino un caballo, que se dejaba sonsacar por las potras y se perdía con ellas hacia el riachuelo.

Mirar a Pinto era como mirar el mayor prodigio del mundo, ningún caballo podía comparársele.

Ni Palomo, con sus cintas tricolores parecía más glorioso, Ni Plata, entre nubes de polvo, era más hermoso, ni Tornado tenía mejor oído, ni Rocinante con ser superior cabalgadura que los famosos Babieca y Bucéfalo y por tanto ser “el primero y más importante de todos los caballos del mundo” podían competir, frente a mí, con mi Pinto.

Cuando Pinto se acercó a su vejez yo aún estaba muy joven para comprenderlo. Fue el tiempo en el que pinto se perdía por días y regresaba hambriento. Papá me decía que debía dejarlo cabalgar a gusto, que estaba disfrutando del carutal y de los colores del guamachito, que ya no quería las riendas, que le dejara la sabana abierta.

Hoy luego de tantos años de haber enterrado a Pinto cerquita del riachuelo, estoy comenzando a entender, rozando los años de mi vejez, por qué Pinto me dejó esperándolo tantas tardes.

Me alegro de que haya sido tan inteligente para saber, al final de sus días, que hay que vivir la libertad.

Hace poco mi tío Simón me lo recordó y una lágrima de agradecimiento por haber tenido a Pinto en mi vida, mojó mi blusa.