María Juana era la mejor en lo que hacía. A todos ayudaba con sus conocimientos. Era experta en reconocer cada clase de hierba medicinal, cada mezcla, cada ungüento. En el pueblo, ya eran muchos, los que habían llegado al mundo con ayuda de sus manos. Y eran muchos también los que había sanado o se habían librado de las garras de la parca, después de días agonizando.

Era la mejor. En su casa siempre había gente. Todos la necesitaban tarde o temprano. Aliviaba mareos, dolores de panza, heridas infectadas, mordidas, virus, y hasta mal de amores. Era la mejor. Su fama como sanadora, llegaba más allá del pueblo y desde otros lugares también llegaba mucha gente para que ella sanara sus males.

A la hija del alcalde, la salvó de los brazos de la muerte cuando la tuberculosis le atacó. Fueron días de largos tratamientos, y muchos brebajes que preparar, pero al fin logró su cometido y, una vez más, salvó una vida. En aquel entonces su fama creció y ya prácticamente la gente le confiaba sus vidas con los ojos cerrados.

Era la mejor.

Hasta que su hijo enfermó, y se fue consumiendo poco a poco. ¿Qué era aquello? No lograba dar con la enfermedad que dominaba a su primogénito. A cada día que pasaba, se le notaba más débil y más delgado. Los periodos de inconsciencia se repetían y eran más duraderos. María Juana desesperaba. No encontraba la forma de salvar la vida del ser que más le importaba. Su angustia crecía con el paso de los días. Ya no quería atender a otros, solo estaba para su hijo y por su hijo. Pero este se iba apagando de a poco.

María Juana recorría las cercanías del pueblo, en busca de nuevas plantas que le ayudaran a sanarlo. Preparaba nuevos brebajes. Mezclaba pócimas e inventaba nuevas sustancias. Pero nada funcionaba.

Una tarde en la que no pudo contra el cansancio y se quedó dormida, soñó que podía conseguir una cura si agregaba a sus medicinas, algo más. Despertó de golpe y, sintiéndose culpable por haber dormido, se levantó a buscar lo que sentía que se le había revelado. Le llevó un día entero reunir lo que recordaba de aquel sueño. Tomó a su hijo y como pudo lo llevó a orillas del río.

Pasaron alrededor de cuatro días y en el pueblo comenzaron las preguntas. ¿Dónde está la curandera? "Hace días que no se le ve" Iniciaron las búsquedas, hasta que al fin el párroco y algunos hombres del pueblo la encontraron.

Fuente

• ¡María Juana! ¿Qué haces? —gritó el párroco.

• Salvo a mi hijo. - Respondió casi sin voz.

Estaba rodeada de cráneos y diferentes elementos que fue reuniendo y utilizando, en su afán, por salvar la vida de su hijo amado. Estaba tan demacrada que parecía que el cuerpo sin vida de su hijo, estaba más vivo que ella. Sus manos se notaban hinchadas y rojas de tanto friccionar hojas. Ella anhelaba que aquellos zumos medicinales, devolvieran vitalidad al pálido cuerpo de su amado hijo. Nada de lo que había hecho funcionó. Ni los huesos de sus ancestros, ni su propia sangre. No recordaba cuando fue la última vez que sintió su pulso latir. Ella era la mejor. Había salvado innumerables vidas. Ella era la mejor. Y no había salvado, la vida que más le importaba.

Miró al cielo y pensó: "Me rindo, te lo entrego. Pero con él se van mis dones, con él se van mis conocimientos. Te lo llevas y lo acepto. Pero no se va incompleto, se va conmigo y con todo lo que soy".

Y así la curandera del pueblo, dejó de curar. Abandonó a las plantas y se sumió en un silencio eterno. Hasta que años después llegó su turno de marcharse. Era la mejor. No hubo en el pueblo, ni en ciudad alguna, nadie que curara como ella. Era la mejor, pero no pudo salvar la vida que más le importaba.

Este relato, fue escrito para participar en el Concurso de Arte y Escritura #135, propuesto por @solperez. Es 100% creación propia.

Invito a: @santamorillo.