Marsha casi pegada de la vidriera que separaba las microtiendas del parquecito y la amplia acera, seguía con el rabillo del ojo los movimientos del hombre que sentado conversaba con un niño. Observaba su reflejo dentro de aquel caos de reflejos, penetrándose unos a otros. Superponiéndose, dibujándose y desdibujándose.

Era curioso, la imagen del hombre y el niño se proyectaban dentro de la suya, los espejos iban más allá de las imágenes, casi casi esotérico era lo que los cruces de imágenes le estaban entregando a su imaginación exaltada.

Con su peluca rubia, Marsha parecía otra persona. Había decidido seguir a su prometido porque sentía que algo no andaba bien. Ahora la presencia de ese niño, con el que conversaba amigablemente en el parquecito, la golpeaba. No vio con quien llegó el niño, porque en verdad, ella no esperaba ver un niño, esperaba ver una mujer, una rival. ¿quién sería el niño? Se negó a creer en un encuentro casual.

Tan concentrada iba en los reflejos que chocó de frente, con un hombre que entretenido con el celular caminaba en sentido contrario. Marsha se tambaleó y se apoyó en la vidriera, pero su cartera fue a parar al piso, mientras que el hombre en un intento de no caerse, soltó la bolsa cuyo contenido se desparramó en la acera. Enseguida varias personas los rodearon, entre ellos su marido sin el niño. Se cruzaron las miradas de reconocimiento, él recogió la cartera, la tomó del brazo y comentó:

-Excelente nuevo look! Casi no te reconozco!

Ella, sin reponerse del susto y de la sorpresa, preguntó; mientras sus ojos lo buscaban en el espejo y en el parque:

-¿Y el niño?

-¿Cuál niño?- respondió él.

La rabia la ahogaba. La negación confirmaba que algo andaba mal. Además lo alertó.