Todos se habían ido ya. Solo quedaban ellos dos, ancianos, jubilados, dándose compañía. Cuando se casaron, vivían alquilados en una habitación que él pagaba cada mes. Luego ella buscó trabajo y pudieron pagar una casita con dos habitaciones, sala, cocina y baño. Se sentían tan dichosos porque vivir juntos había sido el sueño de los dos.

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Luego ella salió embarazada y tuvo que dejar el trabajo, pero ella fue feliz porque se daría cuenta de bebé. Cuando vino el niño, la felicidad fue completa. Y luego vino otro y otro: dos hembritas y un varón. La casa que anteriormente era perfecta, ahora era pequeña y debían buscar una más grande que le sirviera de nido de amor. Así lo hicieron: compraron una casa que la mujer mantuvo perfecta, brillante, con color y calor.

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Así siempre lo hizo, a pesar de sus dolores de huesos y de la ausencia de los hijos. Ella, a la misma hora de siempre, cocinaba y ponía la mesa. Al sentarse a comer, hacían video llamada para saber cómo estaban y en algunas oportunidades hablaban de lo grande que se sentía aquella casa nueva y de las ganas que sentían de volver a su pequeña casa vieja.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS