Durante mucho tiempo, la muerte roja había devastado la región... Recordaba con tristeza esa frase, ahora que solo le quedaba su hijo y su hermano mayor, este pudo sobrevivir, a pesar de estar allí en el campo de batalla donde vio morir a mi papa, mi mamá y mi hermano menor, vio como la peste les fue destruyendo el cuerpo, fue muy doloroso cuando mamá le dijo que se alejara. ¡huye hijo, huye!
Le contaba la situación descrita en aquel cuento y le decía que era muy parecida a lo ocurrido en el pueblo, pero no tenemos un refugio seguro.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Debemos salir del pueblo, aquí no podemos escondernos de ese virus, irnos por la montaña, aunque enfrentemos otros peligros, pero estaremos alejados de otros enfermos, al no haber caminos no se van a arriesgar, buscaran las carreteras.
—Solo quedamos nosotros de la familia, me pude haber contagiado, ¿y si la tengo hermano?, deberías irte con tu hijo…
—¡No hermano, no voy a dejarte!, si lo tuvieras, ya estarías muerto; quemaremos la casa con todo antes de irnos, esta peste va dejar a este pueblo desierto, ¡mira! ya hay cuerpos en las calles, en las casas, pronto la pestilencia será insoportable.
El miró a su hermano, mientras abrazaba a su hijo, su compañera le dijo que corriera a buscarme, cuando llegó a la casa, solo había cenizas, ella presintió lo que venía, él sentía miedo, pero tenían que llegar a la ciudad, decir a las autoridades lo que pasaba.
—Anda, prende el fuego y vámonos ya esto huele mal.
Su hermano encendió unos leños, el fuego fue creciendo mientras ellos trataban de no mirar atrás, el miedo iba con ellos, sabían que el virus podía arrancar la piel y desangrar los cuerpos en pocos minutos.
—¿Crees que lo lograremos hermano?
—Solo camina y no pienses en eso, no mires atrás, no todavía, solamente que oigamos que algún ruido nos sigue, caminemos hermano, que el sol nos agarre bien lejos.