Chispita

Hace unos siete años, uno de mis hermanos tocaba la bocina de su auto frente a la casa para avisarnos que había llegado de visita. Al salir, lo vi jugando con una perrita cariñosísima y revoltosa.

Ya teníamos cuatro perras, así que no necesitábamos una más. Hasta el Sol de hoy niega que la trajera él. La perrita confianzuda entró como “perro por su casa” y ya no pudimos devolverla, porque uno de mis sobrinitos, que en ese entonces tenía 5 años, se encariñó y hasta nombre le puso: Chispita.

Ella es literalmente una perra callejera. No tiene pedigrí, ni valor monetario. Venturosamente, llegó a un hogar donde apreciamos todas las creaciones de Dios.

Las perras, ya adultas, la aceptaron sin mayor problema, y ella, se adaptó a las reglas del clan rápidamente.

Pronto demostró tener una inteligencia diferente a sus nuevas hermanas. Aprendía casi de inmediato y ha sido siempre obediente.

En una ocasión la regañé y le dije que ella solo debía comer de su plato que estaba en una esquina. La siguiente vez, ella esperó en el lugar que le indiqué, sentadita. Me impresionó.

Un día, aprendió a soltar el seguro del portón que separa el patio de la casa, con su pata. Supe de inmediato que era ella, porque hasta su llegada, jamás había sucedido. Ocasión que aprovechaban todas las sinvergüenzas para llegar al pipote de basura y hacer un desastre.

Sus hermanas fueron muriendo una a una hasta quedar ella solita. Y desde entonces, se ha puesto “mingona”.

Pasa el día cazando tuteques y abriendo huecos en el patio.

Es cobarde, creo que si alguna vez entra un ladrón, voy a tener que salir a batirme en duelo con el maleante para defenderla.

Su alimento se lo sirvo al final de la tarde. Si me demoro, ella espera al pie de las escaleras, pacientemente. No se mueve.

No duerme dentro de la casa, porque de inmediato quiere ponerse cómoda sobre los muebles y las camas.

Cuando llueve se sube a una silla que le acondicioné bajo la churuata. No le gusta mojarse las patas. ¿Bañarse? Ni que estuviera loca.

Un mal día, se le ocurrió molestar a un sapo, que era otra mascota que salía todas las noches, entraba en la casa y dejaba sus heces en la cocina. Este sapo en serio creía que mi cocina era su baño privado.

El sapo se defendió y la intoxicó. Estuvo exactamente una hora paralizada. Creí que estaba muriendo, así que me senté a su lado y la acaricié mientras le hablaba con cariño, despidiéndome de ella. En casa todos estábamos consternados esperando el final, pero le pasó el efecto del veneno. Estuve varias semanas preguntándole si quería volver a molestar al sapo.

Según los expertos, cuando los perros duermen boca arriba exponiendo su estómago, están indicando que se sienten cómodos y seguros donde están.

Ella es una perrita feliz, porque siempre duerme panza arriba, si no es que está loquita mi pobre perrita.