Anécdotas navideñas: "Fue una idea del Niño Jesús"

"Mire, carricito, ¿usted no va dormir hoy? Si el Niño Jesús viene y lo encuentra despierto no le va a dejar ningún regalo," me dijo mi madre la noche de ese 24 de diciembre porque yo estaba embelesado oyendo cantar y tocando el cuatro al tío Braulio. Hasta que este no se rindió y se acostó a dormir en el chinchorro que le había colgado mi hermana en el pasillo, yo no me fui a la cama. Estaba emocionado, observando cómo ejecutaba su instrumento con tanta maestría.

En la carta que le había escrito al Niño Jesús, yo le pedí, al igual que casi todos los años, un cuatro. El bendito Mesías, sin embargo, nunca cumplía con mi petición y en lugar de ese anhelado presente, me dejaba un par de pistolas de vaqueros, unos enormes carros de plástico o algún otro juguete que nada tenían que ver con la música.

En esa ocasión, entonces, le recalqué que ya había llegado a los nueve años y estaba cansado de portarme bien para que Él me complaciera, al fin, con lo que yo solicitaba, por lo tanto, si tampoco me cumplía ese año, iba a ser culpa suya si yo me convertía en un niño desobediente y malo.

En mi pueblo, el Niño nos dejaba los regalos, mientras estábamos dormidos, sobre la cama, junto a la almohada. No existía la bonita costumbre de que los colocara debajo del arbolito porque simplemente nadie tenía arbolito por esos lares.

Ese 25 de diciembre, todavía sin que aclarara por completo la mañana, me desperté emocionado palpando a mi alrededor para ver si el ansiado cuatro se encontraba allí… y sí estaba, envuelto en su papel regalo, pero era un cuatro pequeño, de juguete, que no servía para tocar de verdad.

Quedé decepcionado, de nada me servía aquel instrumento con unas cuerdas endebles y que sonaba como una perola. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea que, en mi ingenua imaginación, me pareció genial. Tomé el cuatro que el tío Braulio había colocado en una mesita, cerca del chinchorro donde estaba durmiendo, y coloqué en su lugar el que me trajo el Niño Jesús.

Cuando mi madre se levantó y me miró tranquilamente tocando aquel instrumento que casi no podía sostener con mis pequeños brazos, se escandalizó ante mi osadía y en seguida me dijo: “Mira, muchacho, ese no es el cuatro que te trajo el Niño Jesús, lleve eso para donde estaba.” Y yo, con la candidez que solo es posible en un muchacho de pueblo de aquel entonces, le contesté: “El Niño Jesús fue que lo cambió y además dijo que el tío Braulio se comportó muy mal este año…”