¡Fui al Médico y no entendí NADA! 🙄 / Estrés, malos tratos, confusión y alivio

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Generalmente, son más las cosas buenas que uno recuerda de los médicos. Ellos son los que nos ayudan a superar las enfermedades y no podemos ir a los extremos para tirarlos a todos en un mismo saco. Pecaríamos entonces de exagerados y malagradecidos.

Sin embargo, la tendencia del ser humano es recordar lo malo. Los malos tratos que recibimos de los demás se nos quedan clavados en la mente casi de por vida. Y en mi caso puedo recordar como si fuera hoy que cuando era niño se me hinchó un pie, debido a que recibí unas pinchadas con un alambre de púas. En efecto, mi madre me llevó al hospital, pero era un día domingo y el médico de allí, quien curiosamente era un alcohólico, nos insultó diciéndonos: “¡Yo no soy un burro para estar trabajando los domingos!”

Con el tiempo me enteré que ese señor perdió el juicio a costa del alcohol y hasta ahí le llegaron tanto sus conocimientos como sus malas costumbres.

También hubo una vez en que llegué a un módulo “Barrio adentro” solo con la finalidad de que la enfermera me inyectara una vitamina del complejo B. Allí me salió una médico familiar (MIC) diciéndome: “Lamentablemente, no puedo permitir que se inyecte eso aquí, porque no sé la reacción que usted pueda tener con esa vitamina y aquí yo no cuento con ambulancia”. Lo que hice fue quedarme callado y darme media vuelta, mientras pensaba: ¿Cuál reacción adversa? Si ya me he inyectado complejo B en otras ocasiones.

Otra de las anécdotas que tuve fue con un urólogo. Primeramente, fui a un hospital universitario para que una doctora amiga de mi casa, nefróloga, me hiciera un ecosonograma. Para entonces yo me encontraba acusando molestias en la próstata. Y ciertamente, según la especialista, mi próstata se veía hinchada, pero, además, y de ñapa, en mi vejiga había como “adorno” una piedra del tamaño de un huevo de paloma. Inclusive me llevé las fotos conmigo, porque de allí me tocaba ir a ver a un urólogo.

Posteriormente, me bajé bien bajado de la mula, pagando la consulta a dicho galeno más el costo de un nuevo eco (el tipo puso en tela de juicio lo que me dijo la otra doctora) y pagué además una prueba de caudal de la orina. La sorpresa que me llevé fue que en el nuevo eco que me hizo este señor, el “huevo de paloma” no se dejó ver, por lo cual terminó mandándome un tratamiento para desinflamar la próstata y un antibiótico.

Hasta me sentí algo feliz imaginando el hecho de que a mí ya no me iban a operar. Pero qué equivocado estuvo ese médico y qué tan corta duró mi felicidad.

La nefróloga me hizo volver al hospital y me mostró otra vez la piedra ovalada que yo tenía en la vejiga. Destino inevitable: otro urólogo y el quirófano.

Mis héroes con respecto a dichos problemas: la nefróloga, una mujer hábil en imagenología, y el nuevo urólogo, quien se encargó de operarme la próstata y de eliminar la piedra que me estaba molestando.

En conclusión, el mundo de la medicina es una fuente infinita de anécdotas y lo mejor del caso sería que las enfermedades no existieran como para que uno no lleve más golpes de los que ya recibe.

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