Si voy a hablar de momentos trascendentales, creo que debo hablar de todas las veces que fracasé en mis relaciones personales.

No sólo hablo de amistades sino también de familiares. Algunas de ellas cambiaron de la noche a la mañana por causa mía o par alguna otra razón.

Cada vez que descubro que lo que estaba haciendo estaba mal y que los demás están molestos conmigo y me evitan, me siento como toda una estúpida. Me disculpo porque cuando me reclaman, entiendo porque lo están diciendo. La parte de mi cerebro en la que se encuentra el sentido común es muy pequeña o es inexistente por lo que, a la hora de hacer las cosas, cometo errores que una persona normal no haría.
Con cada error que cometo, me aíslo y me reinicio hasta sentirme mejor. Pero "mejor" siempre es relativo.

Mark Twain tiene una frase que dice: Pasamos tiempo aprendiendo las reglas y cómo hacer las cosas para luego descubrir que, en realidad, no era así.

Muchas veces leí libros acerca de las relaciones interpersonales y puse lo aprendido a prueba. Los años han pasado y sigo tan desligada como siempre.

Cuando veo que los demás hacen exactamente esos mismos trucos y les funcionan de maravillas se siento bastante torpe y tonta. Me replanteo mis acciones y llego a la conclusión de que lo mejor es no intentar nada. Conformarme con que la relación de estudios-trabajo-familiar sea lo más tranquila posible es lo más razonable.

Esto es una cosa con la que he lidiado desde que era adolescente. Las formas de conectarse con los demás y manejarse con ellos es más difícil que leer un libro de Topología y entender el contenido.

Otra cosa que es más fácil de comprender que las relaciones interpersonales son las locuras de los personajes de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. De verdad, esos seres ficticios aunque no siguen una lógica clara de comportamiento, son más fáciles de seguir y empatizar que las normas no escritas de las relaciones humanas.