Adiós, Amigos: El Peso de Marcharse con el Corazón en Pedazos.

Que triste es despedirse.

Antes de hacer el post,quiero compartir por aquí.

Interminables sentimientos encontrados son los que ocurren cuando toca partir. Sí, hasta hoy a la 1pm, concluí mi trabajo en la empresa.

Quise despedrime en persona,pero tengo que admitir que no soy tan bueno para decir adiós, sin que mis ojos se aguarapen y aparezca ese nudo en la garganta como si estuviera pasando el Puente sobre el Lago de Maracaibo.

Me subí en el autobús que me llevaría al próximo terminal, cuyo viaje dura unas 5 horas y media, para luego esperar dos horas y volverme a subir en otro autobús que me dejara en la ciudad donde vivo, mañana a las 7 de la mañana .

Desde el autobús, comienzo a enviar mensajes de WhatsApp , para despedirme de tanta gente linda con la que compartí dos meses en esta. Isla, trabajando 9 horas al día, 7 días a la semana.

Mientras grababa los audios, mi voz, potente como un trueno, parecía quebrarse mientras me despedía,agradeciendo a todos, la oportunidad de permitirme conocerlos y trabajar juntos.

No es difícil tomar una decisión, difícil es lidiar con las emociones que quedan, con los recuerdos,con los buenos momentos y con los momentos donde los resultados no fueron los deseados.

Mientras trabajaba en la mañana, Vi la cara de mi jefe,el dueño de la empresa, con bastante preocupación, pues,faltaría uno en el equipo, y encima, ese lideraba al resto.

Aprendí de los libros que, hay que trabajar tan arduo y con tanta pasión, que seamos indispensables, y esto, es lo que se estaba lamentado: no poder hacer nada para retenerme, pues, la decisión de emigrar,ya la había tomado.

Que difícil es decir adiós, muy difícil, porque no sabemos que tiene el Universo reservado para los demás .

¿Los volveré a ver? Espero que sí, no obstante, tengo el número de tlf de los más allegados y he prometido mantenerme en contacto. Pero sabemos que el tiempo y la distancia suelen jugar en contra de esas promesas.

Me invade la nostalgia al recordar las risas compartidas en los descansos, las conversaciones profundas sobre la vida mientras el trabajo nos permitía un respiro, y las bromas que surgían espontáneamente en los momentos más inesperados. Cada rincón de la oficina tiene ahora un significado especial, desde la silla donde me sentaba hasta la cafetera que tantas veces nos dio un momento de pausa.

El trayecto en el autobús es largo, pero mi mente no deja de recorrer esos dos meses como si estuviera viendo una película. Cierro los ojos y revivo los pequeños rituales del día a día, las manías de cada compañero, sus gestos, sus frases repetidas, esas pequeñas cosas que en su momento parecían insignificantes, pero que ahora, al mirarlas en retrospectiva, se vuelven inmensamente valiosas.

Hay un vacío en mi pecho que no se llena ni con la esperanza del nuevo camino que estoy por recorrer. Quizás sea porque dejar atrás un lugar donde nos hemos sentido parte de algo, donde hemos construido relaciones, no es simplemente cambiar de escenario; es arrancar de raíz una parte de nosotros.

Me pregunto si ellos también sentirán lo mismo, si cuando entren mañana a la oficina y vean mi puesto vacío, sentirán ese mismo vacío en sus corazones.

Es un adiós temporal, me digo a mí mismo, aunque en el fondo sé que la vida sigue su curso y las cosas cambian. Tal vez nos reencontremos, tal vez no. Lo que sí sé es que, donde sea que estemos, llevaremos un pedazo de este tiempo compartido en nuestras memorias. Y eso, aunque sea agridulce, es lo que me da consuelo en este adiós.

Les comparto algunas fotos de mi trabajo

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