Un Anciano, Un Joven y el Mar: Conversaciones Profundas en la Bahía

En el pequeño pueblo costero de Puerto Azul, ¡Ah!, solo de recordar, hasta siento que respiro ese aroma que solo el mar mantienen en el aire.

Les decía que, en ese lugar, había un parque situado cerca de una hermosa bahía. Desde allí, una vista total del imponente mar y gaviotas volando con su ruido característico, lo hacían mi lugar preferido.

Todas las tardes, un anciano de barba larga y blanca, y sobre él, un pequeño sombrero negro, se sentaba en el mismo banco, con la vista fija en el horizonte, justo en el lugar donde el sol se sumergía en el mar. Su presencia era constante en ese lugar, y su figura, emanaba una mezcla de sabiduría y serenidad.

Su mirada siempre parecía perdida en recuerdos lejanos, lo que atraía la atención y la curiosidad de todos los que pasaban por allí.

El anciano, de ojos verdes, tenía una mirada profunda y tranquila, y su barba blanca contrastaba con su piel bronceada por el sol. Vestía ropas sencillas pero limpias, y siempre llevaba un bastón tallado a mano que apoyaba junto a él en el banco.

¿Su nombre?

Sí, lo recuerdo muy bien. Su nombre era Don Samuel Steemit, y aunque pocos conocían su historia, muchos intuían que había vivido una vida llena de experiencias y aprendizajes en el mar, por el ancla tatuada en su todavía fornido antebrazo.

¿Que cómo conozco esta historia?

Suelo sentarme en el mismo lugar, en un banco que queda a unos metros de donde se origina esta pequeña historia.

Un joven llamado Miguel, solía pasar por el parque cada tarde, camino a casa, después de sus clases. Durante semanas, había observado al anciano sentado en el mismo lugar, su curiosidad, crecía con cada día que pasaba, acompañado de un inexplicable sentimiento de querer comprender la profunda paz que parecía rodear al anciano.

— Buenas tardes, señor, saludó Miguel con respeto.

Me llamo Miguel. Lo he visto aquí muchas veces y me preguntaba si podría sentarme con usted.

Don Samuel levantó la mirada y sonrió, sus ojos brillaron con una calidez inesperada. Asintió con un gesto que transmitía bienvenida y aprecio por la compañía.

— Claro, joven, siéntate. Siempre es un placer tener compañía.

Miguel se sentó y comenzaron a conversar. El anciano le preguntó sobre su vida, sus estudios y sus sueños. Poco a poco, la conversación derivó hacia temas más profundos.

Hoy en día, ser exitoso, es más fácil que nunca, dijo Don Samuel, con su voz teñida de una ligera tristeza mientras miraba al mar, pero la mayoría de la gente está más preocupada por las cosas superficiales que por mejorarse a sí misma. Es algo que me entristece profundamente. Los jóvenes piensan más en disfrutar del presente que en sembrar para el futuro. ¿Has notado eso, Miguel?

El joven asintió, intrigado. Don Samuel continuó:

— El entretenimiento barato es más popular que la educación. Los niveles de competencia están bajos porque muy pocos están dispuestos a sacrificar placeres y comodidad para ganar. Los centros comerciales están más llenos que las bibliotecas, y hay más gente viendo Netflix que personas leyendo un libro.

Miguel escuchaba atentamente, sintiendo que cada palabra del anciano resonaba con una verdad profunda.

— Hoy se valora más el dinero que el valor que se pueda agregar a la sociedad. Ya nadie piensa en los demás, todo se trata de uno mismo y de lo que se pueda conseguir a toda costa. La mayoría ha perdido los buenos valores. Nadie quiere sacrificarse a largo plazo; todos se rinden ante la gratificación instantánea.

El anciano hizo una pausa, observando la reacción de Miguel.

— ¿Cuántas veces pensaste en sentarte aquí conmigo? Si has llegado hasta aquí, para saber lo que pienso, demuestra que formas parte del 0.01% que realmente termina lo que empieza, pues no todos están dispuestos a escuchar las palabras de un viejo. Si quieres cambiar tu vida en serio, debes enfocarte en agregar valor, en aprender y en mejorar constantemente. Únete a aquellos que se esfuerzan en todo momento en hacer una diferencia.

Esa tarde, Miguel se fue del parque sintiendo que había encontrado un mentor en Don Samuel. Su corazón estaba lleno de gratitud y una renovada determinación en experimentar las valiosas enseñanzas del anciano en su propia vida.

Decidió aplicar las enseñanzas del anciano en su propia vida, buscando siempre mejorar, aprender y agregar valor a la sociedad.

A partir de ese día, cada vez que veía el banco en el parque, recordaba las valiosas lecciones que había aprendido de aquel sabio anciano de barba blanca, que jamás volvió a ver.