Steemit Engagement Challenge - S7W5 | Juan Pablo II y su legado de amor universal

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En aquellos años era yo un joven adolescente que por haber realizado unas cuantas lecturas me sentía con autoridad y derecho para cuestionar la realidad, el modo de desenvolverse el mundo y la ceguera de la humanidad que siempre escogía los caminos equivocados para seguir adelante. Todo acontecimiento de significativa importancia pasaba por el tamiz insoportable de mis criterios para argumentar sobre sus erróneos fundamentos o para exponer una forma más sensata de llevarlo a cabo. Con muy pocas cosas estaba yo totalmente de acuerdo.

Por ello, cuando las autoridades gubernamentales, junto a la Conferencia Episcopal Venezolana, anunciaron aquella primera visita del Papa Juan Pablo II a nuestro país, comencé en seguida a objetar su presencia en este suelo. De acuerdo con mi atolondrado punto de vista, lo menos que necesitábamos en ese momento era dilapidar los recursos económicos para honrar a una figura que nos venía a hablar sobre lo mismo que podíamos escuchar en cualquier misa dominical.

Antes de que finalmente Juan Pablo II pisara nuestra tierra, ya yo había criticado el exceso de publicidad, el mercadeo indiscriminado del máximo representante del Vaticano como si se tratase de un prosaico producto de consumo... Sin embargo, en cuanto lo escuché hablar en vivo, a través de la televisión, todos mis prejuicios desaparecieron. Aquel hombre majestuoso, pero genuinamente afable transmitía, con sus gestos y sus palabras una hermosa cercanía que irradiaba confianza, una sabiduría que manifestaba con sencillez proverbial y un amor por la humanidad que no necesitaba ningún adjetivo.

Sus actos denotaban espontaneidad, compartía en todas partes el donaire de su humildad alejado de las formalidades, atendía con verdadero interés lo que le decían en cualquier parte y su voz, a pesar del acento extranjero, cautivaba a quien lo escuchaba porque las palabras brotaban con la encantadora cadencia de quienes saben expresar sus ideales. Comprendí entonces, desde ese momento, que Juan Pablo II era un ser humano especial no porque fuese el Papa, sino por su carismática personalidad, por la manera sencilla y contundente con que llevaba a cabo su misión apostólica.

Desde aquella primera visita a nuestro país, comencé a admirar a Juan Pablo II. Me di cuenta luego de que su presencia en esta, y en muchísimas otras naciones, no obedecía a la curiosidad de un viajero que deseaba conocer un país exótico, sino a su empeño en renovar la fe y multiplicar el mensaje de amor universal del pueblo cristiano.

Casi toda su actuación posterior está encaminada hacia la consecución de estos objetivos. Condenó enérgicamente los sistemas políticos, de cualquier índole, que coartaran las libertades y la dignidad individual, fue un mediador activo en muchos conflictos bélicos en aras de la paz que pregonaba con denodada pasión, combatió con su incuestionable autoridad los extremismos dentro de la iglesia que desvirtuaran su misión evangelizadora y procuró, sobre todo, el acercamiento de las diferentes religiones existentes en el mundo, lo cual representa un verdadero acto de sensatez y de amor por Jesucristo.

Fue el primer Papa que visitó una mezquita musulmana, que oró en una sinagoga judía y se reunió con la iglesia luterana, lo cual ratifica su compromiso porque las más importantes creencias religiosas de este mundo buscasen la concordancia para que las diferencias de este tipo no coartaran el anhelado bienestar de la humanidad. Se trataba, en última instancia, de demostrar que los diferentes credos del mundo perseguían los mismos objetivos.

Cuando falleció en 2005, la obra de Juan Pablo II se consolidó como un inmenso legado espiritual para a humanidad entera. A mí particularmente me enseñó que la vida no es un escenario para polemizar y que el conocimiento es una fuente que debe generar más certezas que dudas. Me mostró que desde la convicción, desde la plena conciencia del papel que nos ha encomendado el destino, lograremos que nuestras ideas logren su cometido, porque la autoridad no se ejerce solo para quienes se encuentran en concordancia con los planteamientos que defendemos, sino para acercarnos todos a la armonía que reconoce las diferencias.

Juan Pablo II volvió a Venezuela en 1996, ejerció el papado hasta el día de su muerte y fue canonizado por el Papa Francisco en 2014. Su vida es un compendio de grandes acontecimientos que resulta imposible reflejar en este breve espacio. Por ello me he limitado a mostrar de qué manera la conducta de un hombre sabio, sencillo y ejemplar cambió mi visión del mundo.

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