La lectura es como un buen amor, una vez que se mete dentro de nuestros corazones, de allí no la saca nadie. Crecí en un hogar conformado por una madre casi analfabeta, cuyas primeras letras se las enseñó mi padre, quien pese a no tener títulos universitarios, era un ávido lector; y un papá, que todas las noches, se sentaba en el jardín con un libro en la mano para leerlo.

Recuerdo que una vez vi a papá con un libro grueso, en sus manos, y le pregunté cómo se llamaba. Me dijo: "El Conde de Montecristo", de Alexandre Dumas y AugusteMaquet. Cuando seas grande quiero que lo leas. Para ese entonces, yo tenía cinco años, y apenas estaba aprendiendo el abecedario. Sin embargo, saber que mi padre deseaba que yo leyera ese texto, me motivó a querer aprender rápido a leer.

Cuando tuve contacto con los cuentos infantiles y sus mundos de historias y colores, sentí que leer era bueno, y que valía la pena invertir tiempo haciéndolo.

Papá murió cuando yo tenía 17 años y tres meses después de su desaparición física, ingresé a la Universidad de Oriente a estudiar Educación, Mención Castellano y Literatura. Papá no se enteró que sus palabras sobre el valor de la lectura fueron cruciales para mí y para la escogencia de mi carrera.

Entre los libros digitales y los tradicionales, prefiero leer los tradicionales, porque a través de ellos utilizo mis cinco sentidos: Los veo y siento "amor a primera vista" hacia ellos, los toco y los acaricio, los marco con mis dedos, los huelo como si fuera un pan salido del horno, escucho a sus autores y les hablo cuando me gusta una frase, cuando me emociono o cuando me entristezco. Además saboreo y degusto las palabras sin prisa.

Evito los libros digitales, pues me cansan la vista y cuando paso más de media hora sujetando el teléfono se me duermen las manos y tengo que postergar la lectura, quizás en el momento más emocionante. Por eso evito leer muchas horas con estos equipos electrónicos.

Para mí la lectura implica un rito: me baño, me pinto los labios, me sirvo una taza de café y me siento en mi mesa de trabajo a leer. Es una especie de "cita amorosa con el libro" y eso me hace sentir plena.

La rapidez con la que se lee un libro depende de muchas cosas. Recuerdo que cuando estaba estudiando en la Universidad me prestaron el libro El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, para que lo leyera un fin de semana, porque el lunes era el examen, y yo no tenía dinero para comprar el texto.

Esta novela es extraordinaria, pero yo no la degusté, sino que me la "comí" casi sin masticarla, y luego me dejó una sensación de "llenura" que con los días se calmó. Presenté el examen y salí bien. Sin embargo, no era lo que yo esperaba.

En días recientes comencé a leer la novela La suma de los días, de Isabel Allende, la cual tiene 392 páginas, y la leí en dos días. La verdad es que no podía despegarme de ella y, a diferencia con la novela de García Márquez, con esta me "agradablemente saciada".

_{Con uno de mis libros preferidos}

Invito a mis amigos @genomil, @mariami y @enrisanti. Aquí la información