La escena es bastante común, la podemos ver en cualquier parque infantil, no importa la ciudad, tampoco si son niños o niñas; ni el color de su piel, ni las creencias de los padres…Un grupo de niños, de entre tres y cinco años, juegan plácidamente. De pronto uno de los niños da un traspié y cae al suelo, una pequeña escoriación se hace visible en su rodilla izquierda. El menor, en medio de su asombro, suelta el llanto, el resto detiene sus acciones. Al principio todos contemplan paralizados al niño que llora, pero casi simultáneamente, uno o más, toman la iniciativa de socorrer al caído, lo agarran de la mano y le ayudan a levantarse.
Fuente: Pixabay
Al terminar sus juegos en el parque es muy probable que cualquiera de estos niños, sobre todo si tienen su residencia en alguna ciudad más o menos importante, asistan a otra escena igualmente común, igualmente aleccionadora, veamos: tomados de la mano de sus padres desandan el camino de regreso a sus hogares. Caminan sin apuros, sonrientes y disfrutando del ambiente; van confiados por cualquier boulevard peatonal. De pronto se topan con un indigente tirado en el piso. El niño siente como su padre/madre aferra con más fuerza su mano, como lo acerca a su cuerpo, como trata de apartarse lo más que puede del ser que yace en el camino…, la sensación es de apremio; luego de pasar por el lado de aquel cuerpo desvalido, siguen de largo sin pronunciar palabra alguna.
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En la primera escena el niño está actuando atendiendo a un impulso espontáneo y natural, su primera respuesta es asistir al caído. A su corta edad todavía no ha tenido el tiempo suficiente para aprender que es su deber ayudar al que está necesitado, así que ese impulso por socorrer al otro no es producto de la educación que haya recibido en esos primeros tres o cuatro años de vida. La tendencia a la solidaridad parece que habita en nosotros, constituye una parte sustancial de nuestra naturaleza humana.
Pero en la segunda escena vemos como el proceso educativo que vive ese niño, para transformarse en adulto, lo va alejando de aquella espontánea solidaridad. Aquel día, a su regreso del parque, tomado de la mano de su madre/padre, aprendió varias lecciones: que hay que desconfiar del que está en una posición distinta, que no siempre hay que ponerse en el lugar del otro, que puedes pasar por la vida sin prestar atención al que está en apuros…Acaso se ha dado al niño un mal ejemplo? Tuvo que haber actuado el padre/madre de otro modo? Sobre esto no hay una sola respuesta.
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Vivimos en un mundo complejo. En la mayoría de las ciudades estamos expuestos a situaciones donde el riesgo y la inseguridad son una realidad palpable. En tales circunstancias tenemos que aprender desde pequeños una buena dosis de precaución y desconfianza. Es responsable criar a nuestros hijos con clara conciencia del momento que vivimos, a fin de cuentas no van a vivir en una burbuja artificial. Pero por muy adversas que sean las condiciones en las que nos desenvolvemos, siempre es importante cultivar la idea de que no estamos solos, que somos parte de una comunidad mayor, que debemos ayudarnos los unos a los otros.
Con el correr del tiempo nuestras sociedades, sobre todo las occidentales, han creado un gran espejismo. En esa ilusión nos hemos visto como seres completamente autosuficientes, como personas que no necesitamos de los “otros”. Hemos llegado a pensar que el sentido de la vida está en la simple satisfacción de las necesidades del Yo. La existencia se ha vuelto narcisista y egoísta.
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Sin embargo, la realidad reta permanentemente esa ilusión del individualismo. El ser humano ha creado una serie de problemas realmente preocupantes, tanto que ponen en riesgo la misma sobrevivencia de la especie. Sin el concurso de todos es imposible resolver los daños causados. Desde posturas individuales es muy difícil avanzar para encontrarle solución a asuntos tan delicados como el cambio climático, con todas las implicaciones que esta situación conlleva. Cómo avanzar en el logro de la paz mundial sin hacer un esfuerzo sincero por ponerse en el lugar del “otro? Cómo gestionar recursos que cada día son más escasos sin poner de lado intereses individuales?
Practicar la solidaridad ya no es solo un bello gesto personal que nos enaltece como personas; ya no es solo un comportamiento que tiene sentido con el fin de cumplir las demandas de ciertos códigos morales. Ayudar a resolver los problemas del “otro” paso a ser una condición necesaria para el sostenimiento y prosecución de la vida en nuestro planeta. Por eso las nuevas generaciones necesitan entender el valor que tiene socorrer al desvalido, por eso necesitan entender que la empatía, ponerse en el lugar de la otra persona e imaginarse cómo es la vida que lleva, es un paso importante para poder conservar un mundo que sea cada día más humano.
Fuente: Naciones Unidas, Logo Día Internacional de la Solidaridad
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