Visitar Palencia e ignorar lo más atractivo de su monumental patrimonio histórico-artístico, sería uno de los mayores errores que podría cometer cualquier viajero que se precie, pasando de largo por una de las maravillas más atractivas y fascinantes de la Edad Media española.
Independientemente del antiguo tópico, cuya aparente falta de visitantes, hizo que los propios palentinos -sin duda, heridos en su orgullo- llegaran a denominarla como ‘la Bella Desconocida’, la catedral de San Antolín es un poema de la arquitectura medieval, elevado a la máxima potencia de la Geometría Sacra.
A diferencia de otras catedrales españolas, sus orígenes son generosamente arcaicos, que se remontan, cuando menos, a esa monumentalidad de imperios olvidados -parafraseando al poeta y escritor de origen alemán, Rainer María Rilke- que nos conecta directamente con esa metafórica y comparativa ‘Atlántida’, que fue el cataclismo bélico que hizo desaparecer, casi diríase que de un plumazo, el oscuro universo hispano-visigodo.
De hecho, sus elegantes cimientos se levantan sobre uno de los residuos más misteriosos del legendario y desaparecido mundo visigodo: la Cripta de San Antolín, detalle por el que recibe su nombre, curiosamente, en detrimento de advocaciones mucho más importantes, como el Salvador, Nuestra Señora o Santa María.
Un nombre, Antolín, que posiblemente sea el cariñoso diminutivo de uno de los santos eremitas más admirados y venerados por las generaciones futuras -el padre de Madame Bovary, el escritor francés Gustave Flaubert, entre otros, le dedicó una hermosa obra- cuyos seguidores, los no menos misteriosos ‘Antonianos’, parecían los únicos, en la Edad Media, capaces de tratar y en algunos casos, llegar a curar, los efectos de una de la más perniciosas y mortales enfermedades de la época, que además, llevaba también su nombre: San Antón.
El misterioso ‘fuego de San Antón’, al parecer, producido por la abundante ingesta de cornezuelo en el pan -siglos más tarde, este potente alucinógeno, parece que se convirtió en el origen del famoso caso puritano de las brujas de Salem- puede ser, metafóricamente hablando, una quimera, en comparación con esos fuegos que encienden el espíritu, introduciéndole en las apasionadas llamas de una arquitectura hecha por y para la fe, donde cada siglo y cada estilo, fueron dejando su impronta, hasta hacer pensar, en el espectador, en un edificio vivo que fue creciendo con los nacimientos y con los ocasos del tiempo.
Estilos como el visigodo, el románico, el gótico, el renacentista o el barroco se dan cita en esa comparativa caja torácica, que son sus capillas, invitando, de paso, a un viaje intelectual, por esos diferentes estados de la materia, aplicados al Arte, a la Arquitectura y al Simbolismo, donde bien se puede llegar a la conclusión, de que nada se pierde ni se destruye: tan sólo se transforma.
Incluso siglos, como el XX, dejaron también su huella, denotando, quizás, una asombrosa falta de respeto y sensibilidad, al modificar algunas de sus significativas gárgolas -el precedente, comenzó en la catedral vieja de Salamanca- y reconvertirlas, por ejemplo, en un fantasmagórico fotógrafo de principios de siglo -otra referencia al veinte, por supuesto- que estuviera preparado para sacar un daguerrotipo de todo aquel que alza la mirada hacia su objetivo o la presencia, también, de inesperado esqueleto, que quizás nos amargue la visita, recordándonos, de una manera tan elementalmente siniestra, quiénes somos, en realidad y en qué estamos predestinados a convertirnos.
Obvia decir, que esta hermosa e inconmensurable catedral de San Antolín, no sólo se haya en el corazón del casco antiguo palentino, sino también, en un importante punto neurálgico del Camino de peregrinación a Santiago de Compostela, sino que además, el amante de la historia y del misterio de ciertas órdenes religioso-militares, como la del Temple, encontrará, en los alrededores, lugares tan interesantes y cargados de enigmas, como la fabulosa iglesia-fortaleza de Santa María la Mayor, en Villamuriel de Cerrato o la que fuera la más importante encomienda que esta Orden tuvo en el Reino de Castilla: la de Santa María la Blanca -Virgen con fama de muy milagrera, que figura en las famosas Cantigas del rey Alfonso X el Sabio- situada en la vecina localidad de Villalcázar de Sirga.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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