Como ya he apuntado en otras ocasiones, de unos años a esta parte, quién sabe, si en el fondo y de una manera eminentemente subconsciente, haciendo bueno el refrán de que más vale tarde que nunca, existe, en España, una pasión desenfrenada por un Arte, el Románico, que unido indefectiblemente a esa metafórica genética de nomadismo que podemos entrever en el trasfondo de los viajes y desplazamientos, ha dado en devenir en una clase muy particular de viajero: el cultural.
No son pocos los viajeros, que bien en solitario o bien en grupos organizados, recorren las principales comunidades españolas, siguiendo, metódica y escrupulosamente, rutas preestablecidas, muchas veces alejadas de los grandes circuitos turísticos, que no sólo generan extraordinarias expectativas por descubrir esos maravillosos y en no pocas ocasiones, enigmáticos templos, que durante la Baja Edad Media y hasta mediados, aproximadamente, del siglo XIII, constituyeron la columna vertebral de aquella entidad en la que Cristo, en la figura del tosco pescador, Pedro, puso la primera piedra: la Iglesia.
Lo más prolífico de este Arte y por defecto, lo mejor, si tuviéramos que catalogarlo desde un punto de vista no sólo estético, sino también cualitativo, no cabe duda de que está en el Norte de la Península y en lo que antiguamente estaba considerada como Castilla la Vieja y hoy, por cuestiones administrativas, se conoce como Castilla y León.
Dentro de esta demarcación, posiblemente por extensión de territorio, posiblemente sean Burgos y Palencia, las dos comunidades que más ostensiblemente hayan mantenido el mayor número de iglesias románicas en activo de la Península, sin que esto signifique, necesariamente, que hayan sido muchas las que se han perdido lamentablemente a lo largo de los convulsos siglos de nuestra historia, detalles que en ese sentido, por desgracia, han afectado a otras comunidades no menos antiguas y relevantes, como León, cuyo románico original, apenas es un remedo de lo que fue en el pasado.
Palencia, a pesar de los pesares, todavía conserva buena parte de su espléndido arte románico, herencia de unos tiempos en los que fe y sobre todo, el descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago, hicieron que las viejas rutas y calzadas romanas volvieran a abrirse a las oscuridades de aquél mundo que pareció perderse con el desmoronamiento del Imperio Romano de Occidente, lo que trajo, como consecuencia, que no sólo se volvieran a abrir las fronteras al tráfico de peregrinos, sino que, además, consiguió conectar con otras formas de pensamiento, tanto artístico como arquitectónico, que de la mano de benedictinos y cistercienses, dejó atrás la frontera de los Pirineos, desplazando cofradías de canteros que inundaron el Norte de España de iglesias, monasterios y ermitas, desplegándose por el resto del territorio peninsular a medida que se iban ampliando los territorios reconquistados al invasor musulmán.
Posiblemente los artífices de este magnífico templo, dedicado a la figura de San Juan Bautista y cuya portada resulta, sencillamente, espectacular, fueran los mismos que se instalaron algunos kilómetros más allá de Moarves de Ojeda, pequeña población situada junto a la carretera que une Cervera de Pisuerga con la Montaña Palentina y por extensión, con los Picos de Europa, en la notable e importante población de Carrión de los Condes, dada la familiaridad y el parentesco que tiene con otro de los templos venidos a menos de ésta, el de Santiago, hoy en día reconvertido en Museo de Arte Sacro.
Salvada esta distancia, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que tenemos, en este templo, uno de los Pantocratores más maravillosos y únicos en su género, cuando menos de todo el románico español.
Bajo la figura central del Pantocrator, que muestra la extraordinaria figura de un Cristo in Maiestas o Cristo en Majestad, escoltado por los símbolos de los Cuatro Evangelistas, se localizan, a uno y a otro lado, las figuras a escala más o menos natural, de los Doce Apóstoles, incluida la figura de Judas (Iude), el Apóstol traidor, que ocupa la última posición a la izquierda de Cristo y no obstante, a la derecha del espectador, según este contempla el templo de frente.
Menos pródigo, quizás, a la hora de mantener una extensa escultura, en cuanto a canecillos se refiere, aunque hay que tener en cuenta las sucesivas reformas históricas a las que ha sido sometido, en la escultura relativa a los capiteles que se dan cita en la portada principal de acceso, volvemos a encontrarnos con algunos símbolos relevantes del románico del Norte, donde, aparte las referencias a las siempre controvertidas y misteriosas figuras de los gemelos, también resaltan, con toda su fuerza expresiva -independientemente del deterioro, muchas veces, derivado de la barbarie humana- de la tradicional figura de la bailarina y los músicos, presente en muchos de los templos situados a lo largo y ancho del Camino de Santiago y cuyo referente principal -modelo del que posiblemente sea copia- se encuentra en aquellos realizados por un misterioso Magister Muri o Maestro de Obras, cuya actividad fue notable, sobre todo, en la comarca aragonesa de las Cinco Villas, así como en el famoso monasterio oscense de San Juan de la Peña, al que se conoce, precisamente, con este sobrenombre de Maestro de San Juan de la Peña y también con el de Maestro de Agüero, zona en la que también laboró, como bien se demuestra en el pórtico principal de la iglesia de Santiago de Agüero, al pie de los famosos Mallos (espectaculares formaciones rocosas) que llevan su nombre, cercano, a los quizás más conocidos, de Riglos.
Espectacular y figura clave dentro de lo que podríamos considerar como uno de los grandes mitos por antonomasia del Arte Románico, en general, no podía faltar, además, la figura del Apolo cristiano, el Arcángel San Miguel, en su eterna lucha contra la Bestia, en este caso, una enorme serpiente, sierpe, cuélebre o cúlebre, figura terrorífica genuinamente abundante en las tradiciones populares del norte peninsular.
En definitiva, uno de los ejemplos más hermosos, tanto artística, como arquitectónica, como estéticamente hablando, de lo que bien podría ser el mejor prólogo para empezar a conocer lo más granado y atrayente de un románico sencillamente espectacular: el Románico Palentino.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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