LA PELUDA (Imagen: Dibujo de Edgar Pacheco artista plástico venezolano)

in hive-138464 •  3 years ago 

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LA PELUDA


La peluda era una mujer de cabellera abundante y había recién


llegado a instalarse en estos espacios.


Ella vivía en una casa sin cerca. Realmente la mayoría de las casas


que nosotros habitábamos no las tenían y la única privacidad que


brindaban, era la que ofrecían paredes desconchadas.


A menudo hablábamos de las cosas que escuchábamos o veíamos


a través de ellas. —Esa forma de tirar de Armando es más compleja


que la virginidad de María—, atinó a decir el bemba. Lo que


acontecía era que Armando y su mujer eran muy gordos y acostados


uno frente al otro, abriendo ampliamente sus piernas, con qué


dificultad podían


acoplarse en la iniciación de sus deseos. La mujer de Armando nos


decía que, esa posición la cansaba mucho y que prefería la delgadez


de nuestros cuerpos cuando en ella entraban.



La peluda nos miraba de reojo cuando llegaba del trabajo. Eso sí,


evitaba cualquier encuentro con alguno de nosotros. Amaba los


palos extranjeros. La calle ochenta le parecía una región de exilio.


Sin embargo intentábamos todos los posibles acercamientos,


aunque fueran apenas visuales. Por eso tomábamos palco en la


acera frente de su casa al anochecer. Hablábamos de cualquier


cosa. —Al Gato le asestaron cuarenta puñaladas mientras dormía.


Ninguna les causó daños mortales. El héroe colador algunos le


decían—, expresaba el Bemba para referirse a un asunto cotidiano.


Hasta que al fin apareció el prodigio. La peluda se acostó en el

sofá como una reina. Estiró sus piernas peludas y largas. Todo

parecía preparado con anticipación. Dejaba medio abierta su

puerta y el sofá en posición apenas visible. La realidad expuesta

era la mitad de la vida. Al rato comenzaban los movimientos

ondulantes. La mitad de dos cuerpos superpuestos abrían

gemidos a la noche. Cerca de las nueve el autocine comenzaba su

horario prohibido. “La mujer de mi padre” había sido anunciada

en cartelera. En sí era repetida. El padre mata al hijo al saber

que este se había acostado con su mujer. La trama era irrelevante

pero las escenas calientes y cada esquina con vista al lago se

llenaban de espectadores.


Al final la Peluda se asomó tranquila a la puerta. Se despidió

sobriamente de su acompañante. Recordó ese instante en los que

la muerte y la vida se conjugan para dar nacimiento a la sonrisa,

a la resurrección de los cuerpos ocultos en las profundidades.

Por último se fue a dormir. En cambio en nosotros apenas

comenzaba la verdadera peregrinación hacia la noche, el

momento de escondernos en los baños, o buscar el lugar

más recóndito de la casa para darles a nuestras manos la

posibilidad del alcance divino, el jalón final.

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