Historias en Blanco y Negro / A su mujer se la cenaron los tiburones

Era una noche oscura y tormentosa, el cielo era dividido constantemente por rayos irregulares que presagiaban una tormenta feroz.

El mar, comenzaba a agitarse y las olas rompían con una ferocidad que hacía eco de la tempestad que se avecinaba en el cielo. A lo lejos, el solitario rayo de un faro atravesaba la oscuridad, un centinela solitario que ofrecía un rayo de esperanza y guía a aquellos perdidos en el caos.

Los corazones latían con fuerza mientras la tripulación se preparaba para un posible impacto, aferrándose a la esperanza de que la luz que emanaba del faro, los llevaría a un lugar seguro. Con un último impulso de determinación, se dirigieron hacia la luz, rezando para llegar a la orilla antes de que se desatara toda la implacable ira de la tormenta.

La vieja barcaza comenzaba a agitarse más de lo debido y emitía sonidos por aquí y por allá. Sonidos similares a cuando una puerta metálica le suenan las bisagras por falta de aceite. “Ay, mi madre. Quién me manda a mí a montarme en esta chatarra ambulante, habiendo tanta chamba humilde pero segura allá en el mercado de Carúpano”, se lamentaba la cocinera.

• Cállate ya -le dijo uno de los marineros-. Sospecho que eres tú la pavosa y ahora estamos a punto de morirnos ahogados como ratas.

• Ajá. Ahora échenle la culpa a la más pendeja. Como si la comida que les preparaba no se la hubieran jartado todita, y a veces hasta repetían.

• Está bien, pero ya no hables más. Mejor deberías rezar el Santo Rosario, pero a voz baja.

• ¿Cuál Santo Rosario? Yo no soy católica y te agradezco que no me estés mandando a callar, porque mi mamá estiró la pata hace ya 10 años con 5 días.

Hacia el fondo, entre los murmullos de los truenos y del chasquido de las olas, se escuchó también la voz del capitán del barco:

• ¡Santo Dios bendito! La luz del faro se apagó, pero debemos mantener el rumbo señalado por la brújula. Si no, seremos una versión mini del Titanic en la historia de la navegación pesquera del Caribe.

• Ahora sí fue verdad -comentó la cocinera-. De todas maneras, creo que el Moncho no se va a poner a llorar porque a su mujer se la cenaron los tiburones.

• Si sigues hablando necedades te vamos a tirar al agua por adelantado -le amenazó otro de los marineros.

• Ajá. Ahora sí me las puse yo. Ni que yo fuera el profeta Jonás -respondió la mujer.

En eso volvió a escucharse la voz del capitán, quien hablaba por el radio con alguien en tierra firme:

• Atenta, Estación Puerto. ¿Alguien por allí? Cambio.

Una voz entrecortada se escuchó por el dispositivo:

• Aquí Estación Puerto. ¿Quién me copia por esa? Cambio.

• Buenas noches. Por acá El Nautilus. Estamos de emergencia. Queremos saber por qué se apagó la luz del faro. Cambio.

• Lamento informarles que por acá cortan la electricidad todos los días a estas horas de la noche…

Y justo en ese momento el barco se sacudió en medio de un estruendo espantoso, porque acababa de chocar con los salientes rocosos cercanos a la costa.

Fuente

Y en eso se escuchó el último grito de la cocinera: "¡Madre mía! ¡Si no salgo de esta y alguien se salva, por favor, que le diga al Moncho que dejé escondidos 100 dólares en la jarra verde de la cocina!"

_{Invitación: @lirvic, @aplausos, @nancybriti
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