Ponerse en los zapatos de los demás es intentar entender cómo se siente una persona en cierta circunstancia la mayoría de las veces una situación frustrante o perturbadora. Cuando te colocas ese zapato, 👞 intentas ser empatico, en cierta forma, la vida es un bumerán y no sabemos una vez que lo lanzamos, cuando regresará.

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Hace un tiempo viví esta experiencia de colocarme en los zapatos de otros, era primera vez que visitaba el geriatrico, Dr. Cornelio Vegas. En el centro de Maracay. En este sentido, nuestra fundación cristiana, planificó visitar este geriátrico para llevar insumos, pero sobre todo conversar con ellos, por lo cual a cada persona se le asignó un ancianito para pasar con ellos el tiempo que nos permitieron 1 hora.

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Creo que fue una experiencia que no olvidaré jamás, a todos los asistentes colaboradores se nos asignó un anciano para atender , esta atención incluía: ayudarle a vestir, darle de comer si era el caso, hablar con ellos y entregarles los insumos que habíamos recogido meses anteriores para esta actividad.

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Me asignaron un anciano de 80 años y que muy a pesar de su edad estaba bastante consciente y muy lúcido de su situación, muy a pesar de su enfermedad, incluso, hasta su memoria estaba funcional , es decir, su capacidad de entender y mantener una conversación estaban óptimas por lo cual, comencé a conversar con él y escuchar su triste historia.

Este anciano Tenía tres años en ese geriátrico, llegó porque perdió el conocimiento por el exceso de consumo de alcohol y lo consiguieron tirado en el piso, sucio, borracho, maloliente y lleno de llagas, así lo mencionó una de las enfermeras.

Miguel (nombre ficticio) me dijo que tenía dos hijos y tres nietos, su esposa no soporto el maltrato y terminó dejándolo y llevándose a sus dos hijos de 10 y 8 años, nunca más supe de ellos, he viajado por varios estados de Venezuela desde que me pidieron que desocupara por no poder pagar el arriendo, era esclavo del alcohol.

Escuche muchas veces repetir en menos de 30 minutos yo fui malo … merezco esto. Por un momento hice silencio, me imaginaba que quien estaba allí pudiera haber sido mi padre, Miguel, no tenía nadie que se preocupara por el, se desconocía algún familiar y cuando lograron conectar a los hijos , estos se negaron a darle ayuda.

Sentí tanta impotencia, tristeza, rabia… tenía los sentimientos cruzados escuchando a este ancianito que no dejo de llorar y culparse por todo aquello que estaba viviendo. Por unos instantes, me vi en esa cama desamparada sin importarle a nadie y me conmovió la situación de Miguel.

Le entregamos los insumos que llevamos: pañales desechables, ropa, sábanas y otros enseres, creo que después de este día he valorado más a mi madre, pero también he comprendido el valor de la empatía. Tristemente, en el seguimiento que se hizo a este caso, Miguel perdió la vida meses después.

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