Estuve sentada en mi concha por horas, tratando de pensar la forma de corregir lo que está mal de lo que está bien. Todo estaba tan confuso, tan enredado que no podía ver la luz, la magia se había disipado. Por un momento me sentí abrumada.

Cerré mis ojos, escuché la voz de mi corazón, en ese tiempo de espera, mi mente fue aclarando todo. Encontré mi propio discernimiento. Supe entonces que aun en la oscuridad siempre hay una luz que alumbra y que la luz del día necesita de la noche para descansar, reponerse y volver a comenzar.

Supe entonces que, cada día se renueva la magia, cada día hay una estrella que brilla, y cada cosa tiene su lugar.

Entonces, dejé todo como está y tan solo me dediqué a ser luz y estrella en la noche, en la oscuridad.

Dejé de preocuparme y abrumarme por las discusiones entre ambos, porque el sol y la luna se necesitan, en medio de ellas están las estrellas, soy luz, soy una de ellas y no pienso dejar de brillar porque la luna me quiera opacar, igual ella me necesita para brillar.

Pero la noche es celosa, hizo un universo paralelo mucho más grande, no comprenden que ambos se necesitan para coexistir. El sol expandió su luz, aumentó su luminosidad y tocó los confines del más allá, ganando espacio de la oscuridad.

De pronto la luna y el sol se quedaron tranquilos, al fin un espacio de paz. Puedo ver que cada cosa tiene su lugar.

No sabía donde estar, quise estar con la luna, quise estar con el sol, pero ambos son muy arrogantes y faltos de amor.

Sentada desde mi concha, sigo enviando magia y luz. Sigo enviando destellos de amor y brillando con mi propio esplendor.

Esto es lo que sucede cuando el bien y el mal se pelean y en medio está la gente inocente. He allí la metáfora del cuento. En medio de todo lo malo que pueda suceder, nunca dejes de ser luz y amor.