Despierto agotado. Siento que no he descansado nada, pero he dormido seis horas. Camino al baño y de esa manera inicia mi rutina. Me lavo los dientes, me baño y dejo que el agua fría recorra mi cuerpo. Mi primera palabra del día hacia mi mujer es mi queja hacia lo sucio que está nuestro baño.
Se disculpa, me dice que ha sido un día agotador con los niños. Solo ha estado recogiendo sus cosas y comprando los víveres. No le presto atención, la ignoro, no entiendo cómo puede pasarse el día en la casa y decir que no le da tiempo de hacer las cosas.
Mecánicamente me visto, me perfumo y salgo a la cocina donde pone delante de mi unos huevos tostados y pan. Ni los saboreó. Tomo de la taza de café pero inmediatamente abro la boca para quejarme. Está agrio, necesita azúcar.
Sin terminar de comer me levanto y me voy. No digo nada a mi esposa luego de haberme quejado de aquel café.
No le veo el rostro...
Pensándolo bien, no recuerdo la última vez que la vi. Siempre que llego a casa trato de ignorarla, porque siempre tiene algo porque quejarse. Solo habla de lo grosero que se ha vuelto nuestro hijo mayor, y de lo malcriada que está la pequeña.
Pretende que llegue cansado de trabajar a hablar con nuestros hijos para pedirle respeto por su madre y sus maestros. ¡Que necesitan carácter!
No sabía porque era tan desconsiderada mi mujer... ¿acaso no ve que mi cuerpo está cansado luego de largas jornadas de trabajo? Sin duda no es la misma con la que me casé hace diez años.
Y hoy sé que no lo era. Yo me había encargado que no lo fuera.
Al día siguiente me levanto igual de cansado, igual de exhausto. Es fin de semana, así que podré quedarme en casa.
Me siento en nuestro sofá y decido ver los partidos de fútbol de la temporada. Peleo contra el televisor mientras mi mujer coloca delante de mí un tazón de comida humeante. Por mi descuido introduzco la comida caliente en mi boca y me quemo.
Me exaspero y tiro la comida al piso y gritó a mi esposa. No entiendo cómo ha podido ponerme la comida tan caliente... está sumamente descuidada.
Los niños me ven y se quedan estáticos, quizás ellos no entiendan lo que ha hecho mal su madre. Pero yo no les explicaré nada, solo salgo de casa y me voy a un bar local con amigos a seguir viendo el juego.
Regreso un poco alcoholizado pasado el crepúsculo. La casa sigue igual de desordenada como la he dejado temprano. Hay juguetes por todos lados, cuando intento pasar la sala uno de los carritos me hace resbalar.
Grito llamando a mi mujer, que simplemente me dice que ella recoge pero los niños juegan. "Así que la culpa es de los niños ¿eh?" Le espeto. Así que entro en el cuarto de nuestro hijo, lo saco de la cama donde dormía y lo plantó en la sala.
Está un poco atontado por el sueño y quizás asustado. Pero no me importa, le grito que debe recoger, como no me hace caso y solo me ve con cara de incomprensión, lo zarandeo. Mi esposa me dice que lo deje tranquilo, pero no, tiene que aprender a recoger.
Si el caos es por él, tiene que aprender.
Sigue sin moverse. Ve a su madre y empieza a llorar. Sin pensarlo, alzo mi mano y abofeteó su pequeño rostro y cae en el piso al lado de sus juguetes. No me quedo para escuchar lo que tenga que decir mi mujer y solo entro en la habitación que comparto con ella y me acuesto a dormir.
Despierto al día siguiente pasadas las diez de la mañana. Normalmente un domingo me despierta la bulla de los pequeños. Pero hoy la casa está totalmente en calma.
A mi lado la cama está vacía. Salgo a la sala de estar y ya no hay juguetes en ningún lugar. "Al menos el muchacho ha aprendido la lección" pienso para mis adentros.
Me ducho y busco en la mesa de la cocina la comida. Pero no hay nada. Busco en el cuarto de los niños, pero tampoco están. No hay nadie en casa.
No le doy importancia y procedo a hacerme un pan, pero no hay nada en la nevera. ¡Qué desastre!
Mi esposa pasa todo el día en casa y ni siquiera tengo comida en mi alacena. Tiro la puerta del refrigerador y me fijo en la nota que está pegada en ella. En un pedazo de papel blanco solo hay tres palabras.
"Te dejamos. Adiós".
Reviso todos los armarios, todos los closet de casa y es evidente que mi mujer se ha llevado todas sus cosas y la de los pequeños.
Miro a mi alrededor y pienso que es solo una rabieta de ella, que volverá, sé que no puede vivir sin mí. Yo la mantengo, yo compro todo lo que se necesita. Pronto regresará.
Pero el tiempo pasa y nunca regresa. Los días transcurren y yo solo me consumo en mi miseria.
Camino encima de mi propia suciedad. Mi ropa en cualquier lugar, la cocina sucia, con restos de comida por todas partes, con embaces vacíos por el piso. Ya no duermo en sábanas limpias, ahora están manchadas y huelen a humedad y sucio.
El lugar está tétrico y yo estoy solo.
De alguna manera veo todo como una película, veo cada uno de mis errores y entiendo que quizás mis maltratos alejaron a mi preciada mujer de mi lado.
"Preciada" una palabra un tanto extraña. Porque nunca le mostré que la apreciaba, nunca supe qué tan valiosa era realmente ella para mí. Pensé que yo era quien sostenía su mundo pero, ahora sé que era lo contrario.
Era ella quien me guiaba. Quien me sostenía; y solo he hecho una cosa: hacerla infeliz. Criticar cada día de nuestras vidas juntos, quejarme de sus comidas, de cómo limpiaba, de su falta de tiempo. Aún así, nunca me había faltado comida en la mesa, había tenido una maravillosa cama donde dormir, un limpio baño donde bañarme. Había tenido un hogar.
Y todo creado por ella.
La maltraté, no la valoré y ahora solo sigo aquí, roto y solo, en un mundo donde no existe nadie que me aprecie.
Links de las imágenes
Banner editado por autor, en programa Photoshop Cs5.
Es lamentable amiga que tu relato sea una historia muy repetida en las familias, algunos hombres creen que se casaron para ser atendidos y tienen dos por uno, la esposa y la sirvienta.
Al igual que en tu relato, a veces lleva tiempo tomar decisiones.
Un gusto leerte. Te deseo mucho exito
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