La marcha de los caracoles…
Cuando mi mamá y yo llegamos a nuestra casa, empezamos a hablar en voz alta:
_Nosotras no nos vamos a ir. Jamás abandonaremos nuestro hogar. No habrá nadie que nos saque de aquí.
Todo esto lo decíamos para que las paredes escucharan, para que la casa supiera que no la dejaríamos sola y no se le fuera a antojar a hacer como estaban haciendo las otras: moviéndose a otros rumbos. La casa sabía que solo quedábamos nosotras, mamá y yo, y que los otros se habían ido desde hacía tiempo. Primero fue papá, luego mi hermano y después mis sobrinos. La casa sabía porque ya no había bulla, ni gente corriendo por sus pasillos, ni risas, solo un profundo silencio. A veces poníamos música y abríamos las ventanas y sentíamos que entraba la alegría, pero al rato volvíamos a cerrar la puerta y la oscuridad se adueñaba de la casa. Una tristeza líquida se metía por todas sus rendijas. En el fondo sabemos que ni la casa y nosotras somos muy infelices.
Todo comenzó el mes pasado cuando una casa abandonada se cayó y no pudimos salvarla. Las otras casas solas empezaron a entrar en pánico porque ese podía ser el destino que les esperaba a todas. Tratamos de buscar soluciones, de allí que empezáramos a ir a las casas que estaban abandonadas. Prendimos las luces, cortamos la maleza, regamos las matas y hasta llegamos a quedarnos un rato en sus espacios para que no se sintieran tan solas, pero el trabajo era fuerte y agotador porque son muchas las casas abandonadas y somos muy pocas las personas que quedamos en el pueblo. Ya desde el mes pasado sabíamos que algo malo iba a pasar. Bueno, algo malo no, algo peor.
Y ahora las casas han empezado a moverse porque también se van del país. Se han sacudido los recuerdos, han apartado a los árboles, una de ellas hasta se desamarró un río que corría a su lado. Todas han empezado a marchar en fila india, con las ventanas y las puertas cerradas, y con las luces apagadas. Vistas desde lejos, parece la marcha de un funeral, el entierro de un muerto, la caravana de la tristeza. Los pocos que quedamos nos hemos puesto a llorar porque sabemos que nuestro destino será vagar, errar por otros países y donde lleguemos no hacer casa ni echar raíces. Hacer como hacen los caracoles, llevar la casa con nosotros para que ellas no se pongan tristes.
Muy bueno, Nancy. Una prosa limpia que he leído con mucho agrado. Tienes una gran habilidad para hablar de la tragedia con lindas palabras. Gracias por la publicación. Abrazos.
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Tú que has vivido la mudanza de los sentimientos, de cómo algunas personas deben doblar las lágrimas en una maleta, sabes que una parte de la casa se va con aquel que se ha ido. Me emociona volverte a ver por aquí, amigo y especialmente leerte. Un abrazo fuerte
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Aunque suene a realismo mágico, tu ficción, @nancybriti, tiene mucho de verdad constatable. El tono quizás triste que posee llega hasta el lector con la fuerza emotiva de tu lenguaje descriptivo y narrativo. No quisiera pensar qu ese pudiera ser el destino ineludible para los venezolanos. Aunque, en cualquier circunstancia, somos un poco como el caracol, cargando con nuestra memoria, nuestra historia pequeña. Gracias por compartir.
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A veces la realidad puede superar la ficción y lamentablemente en el caso de los venezolanos, nuestra historia real parece sacada de la imaginación de un ser perverso. La metáfora de las casas es tal vez una de las que más puedo imaginar cuando nuestros amigos, familiares, se van. Seguramente se llevan parte de la casa a donde vayan, pero seguramente, también, los que nos quedamos sabemos que una parte de la casa se ha ido, muere con su despedida. Te abrazo fuerte
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A veces me gustan las loqueras que escribes.
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Jajajaja. Viniendo de ti, es un halago, mi muy estimado y "bien hablado", @amaponian. Te abrazo ;)
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Aunque suene a realismo mágico, tu ficción, @nancybriti, tiene mucho de verdad constatable. El tono quizás triste que posee llega hasta el lector con la fuerza emotiva de tu lenguaje descriptivo y narrativo. No quisiera pensar qu ese pudiera ser el destino ineludible para los venezolanos. Aunque, en cualquier circunstancia, somos un poco como el caracol, cargando con nuestra memoria, nuestra historia pequeña. Gracias por compartir.
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Cuando se van nuestros afectos, las casas se transforman, se vacían de las risas y los pasos. Aunque sea por un rato o más, se van con ellos. @nancybriti, un abrazo, amiga mía.
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