La madre es lo más grande y sagrado que tiene cualquier ser humano. Mujeres y hombres cuando recordamos nuestra niñez, nos viene inmediatamente a la mente, la imagen de nuestra madre dando cuidados y alimento. Por ello, cuando estamos lejos de nuestra madre nos embarga una nostalgia que inunda el pecho con un dolor sentimental indescriptible. La reciente crisis que padecemos los venezolanos ha obligado a muchas familias a separarse, madres de hijos, esposos de esposas. Son múltiples los casos. Creo que cada uno de nosotros tiene alguna experiencia del tema y la tragedia aumenta cuando a algunos de esos amigos y conocidos se les muere un ser querido como la madre o el padre.
En los dos últimos dos años fui testigo de dos casos dramáticos, el primero, fue la muerte de una joven amiga enferma de cáncer, que dejó a sus pequeños niños huérfanos. El esposo estaba fuera del país, en Perú y el día del sepelio venía en camino por Barquisimeto, hasta que llegó al cementerio. Nunca se me borrará aquella dramática escena cuando los niños se abrazaron a su padre.
El otro caso, más reciente, la muerte de la mamá de un amigo de la escuela, junto a su hermano, quienes se encontraban en Perú. La señora murió repentinamente y no la enterraron hasta que los muchachos llegaron al cementerio, los familiares retardaban la hora del sepelio para dar chance a mi amigo y a su hermano de llegar.
Llegaron en vuelo hasta Colombia y les tocó cruzar la frontera en taxi. Llamaban a cada rato avisando que venían por el Táchira, Barquisimeto, Maracay, hasta que llegaron. Decían que no fueran a enterrar a su madre hasta que no llegaran. La escena también resultó profundamente dolorosa, terrible ese dolor de los hijos abrazados a la urna de su madre. Yo no paraba de llorar a moco suelto, con sentimiento, como si algo me apretara el pecho. Los gritos desgarradores, los abrazos desconsoladores y los sollozos desesperados de unos hijos ante la pérdida repentina de la madre, mientras ellos estaban fuera del país.