Reflexiones semanales n.° 28: La increíble vida salvaje que he visto

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Hace algunos años, cuando viajé de visita a mi pueblo natal, algunos campesinos que conozco desde aquella lejana infancia que disfruté en mi terruño me invitaron hacia las altas montañas donde se encuentran sus sembradíos de maíz y de otros productos que prodiga la tierra por esas tropicales zonas. Debíamos caminar durante un poco más de una hora por un amplio sendero hasta llegar al sitio en que están las rústicas cabañas donde los labradores cocinan y descansan mientras se encuentran trabajando por esos parajes.

Cuando llevábamos aproximadamente unos 45 minutos andando, Manuel, uno de los hombres que iba encabezando el grupo, nos hizo señas para que nos detuviésemos y tratáramos hacer el menor ruido posible. Aunque yo no comprendía lo que estaba sucediendo, fue necesario salirnos del camino con mucho sigilo y continuar avanzando por el monte hacia nuestro destino. Más adelante, le pregunté al señor Nicolás, que era el que marchaba más cerca de mí, por qué habíamos tomado otro rumbo y me respondió que debíamos evitar que nos observara un mono que se encontraba en lo más alto de un árbol, ya que se trataba del vigía, del centinela que elige una manada para que le avise si vienen los humanos o de cualquier otra amenaza, mientras se roban el maíz que los hombres sembraron.

La estrategia de los campesinos en estos casos es sorprender a la tropa de primates que se halla en los maizales recolectando las mazorcas que no le pertenecen, con el propósito de intimidarlos con los gritos y el sonido metálico de sus herramientas de labranza; la huida precipitada de los animales les impide cargar con el producto de su fechoría y, por lo menos, estos trabajadores de la tierra recuperan una buena parte de su maíz, además de que les advierten a los monos que están dispuestos a defender lo suyo.

En cuanto entraron a la zona donde están sus sembradíos, aquellos hombres comenzaron a insultar a los monos y a amenazarlos con palos y machetes. Los azorados primates salieron despavoridos y dejaron en el sitio, en efecto, las mazorcas que ya habían reunido para llevárselas; la algarabía era, en verdad, impresionante y la pequeña nube de monos por los aires intentando escapar nos ofrecía una curiosa escena. Pero lo que más me impresionó fue ver la manera en que estos seres utilizan las hojas de las mismas mazorcas para trenzarlas, en cadena, en una especie de collar extendido, con la finalidad de colgárselas en el cuello para transportarlas mejor: se trata de una operación manual tan útil y perfecta que nos demuestra la gran inteligencia que poseen.

Todavía no salía de mi asombro examinando las habilidades especiales de los monos, cuando Manuel me dijo: Vamos para que veas cómo castigan estos animales al centinela que esta allá adelante en el árbol por no haberles alertado de que nosotros veníamos. En efecto, un significativo grupo de primates le propinaba golpes con los puños y con unas ramas a uno de ellos que gritaba adolorido y se movía intentando escapar, pero no podía. Por no realizar bien su misión de vigilante, explicaba mi amigo, tiene que soportar los duros golpes de sus compañeros.

Lo cierto es que entre estos hombres dedicados al cultivo de la tierra y los monos existe un perenne enfrentamiento en el que a unos los mueve el instinto por satisfacer una necesidad básica y a otros la defensa de los productos en que han invertido su esfuerzo y su tiempo, además de que también representan los frutos que contribuyen al sustento de su familia y de su economía en general.

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