Desde muy pequeño, allá en mi pueblo natal, sentí fascinación por las nubes. Me encantaba escudriñar sus formas, sus desplazamientos e imaginar que pertenecían a un atractivo universo al que jamás yo podría llegar, pero intentaba comprenderlo de acuerdo con las manifestaciones de esas caprichosas manchas blancas que poblaban el cielo. Cuando el espacio estaba casi por completo teñido de azul, las nubes aparecían exhibiendo un tedioso desgano que las mantenía, por lo general, en el mismo sitio. Era como si no les importasen nada que el sol desplegara su escandalosa vanidad sobre toda la tierra y se limitaban a formar apenas pequeñas líneas o figuras que se tornaban casi transparentes.
Nubes tranquilas.
Otras veces, las nubes se presentaban densas, casi compactas y exhibiendo un blanco más espeso que el del algodón. En esas ocasiones sus formas variaban con frecuencia y viajaban con mayor rapidez por el firmamento. Cuando yo las observaba en ese trajín, me daba por pensar que habían amanecido con ganas de jugar, que se divertían transformándose en distintos animales, objetos o cualquier otra cosa que fuese necesaria para cumplir con los propósitos que estipulaba su lúdica actividad.
Nubes densas...
En más de una oportunidad, presencié cómo alguna nube se transmutaba en un caballo blanco que transportaba al intrépido jinete que llevaba en sus manos el cristal donde cabían todos los deseos del mundo; y en otras ocasiones, influenciado quizás por las pinturas de los santos posados sobre las nubes que había visto en la iglesia, me imaginaba que todos los seres humanos que ya no se encontraban en este mundo vivían en un cielo rodeado de nubes y estas les servían, por su mullida comodidad, de asientos, camas y vehículos que podían llevarlos a cualquier lugar de ese etéreo universo… Miles de aventuras y de insólitas elucubraciones surgían en mi desenfrenada mente mientras contemplaba el pintoresco cielo de mis fantasías.
Nubes amontonadas.
Las nubes, sin embargo, lograban sin duda alguna demostrar de vez en cuando que podían oscurecer el ambiente, que eran capaces de dejar al firmamento sin ningún rastro de su prístino azul y escamotearle al sol su presuntuoso brillo durante el tiempo que ellas quisieran. Los días en que eso ocurría, yo pensaba seriamente que las nubes se encontraban muy enojadas. No había otra manera de entenderlo, ya que comenzaban a ennegrecerse y a juntarse hasta que solo quedaba en el espacio una gran cúpula gris, donde resplandecían de repente pequeños o grandes fogonazos, los cuales después se convertían en estruendosos sonidos que daban la impresión de que el cielo nos caería encima.
Después de esas amenazantes manifestaciones, venía el copioso aguacero que convertía al suelo en innumerables pozos y agresivas quebradas que, algunas veces, echaban abajo los corrales, arrastraban animales domésticos y hasta las mismas casas podían desaparecer si la lluvia era fuerte y prolongada. Una vez que las nubes drenaban todo su furor comenzaba su regreso a la normalidad; durante ese proceso, yo estaba siempre muy atento porque, para que se disiparan mis angustias, las nubes solían regalarme un espectacular arcoíris, que solía aparecer en la distante montaña que divisaba desde el frente de mi hogar.
Invito a los amigos:
@damisvilladiego,
@leicorp1 y
@sailawana
Nota: Todas las imágenes pertenecen al autor y fueron tomadas con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.
When I read your content, I recalled my childhood. Those days, we, all siblings, flocked in our front garden at night to witness the images that were created by the clouds.
Everyone has so far talked about love, but you are the only one who has talked about the clouds. Thank you for taking part in the competition.
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