Es la confusión. El desamparo creyó que fue un antes y un después, y su rostro ya no había luz, sino un rostro recio, empañado, sin músculos para reír. La felicidad se fue aquel día y nunca regresó. ¿Quién diría que solo junto a ella podía ser feliz? Las conexiones que se hacen entre dos personas son tan profundas que parece que se arranca un pedazo del cuerpo y no hay lugar donde ir. No hay paz que encontrar; solo se ve el día gris y las nubes nunca se alejan. No sabía que se podía morir en vida y que la resurrección no existe.
Pero la naturaleza humana no quiere morir. La vida está en todo tu ser e intenta renacer, y poco a poco la vida va avanzando, comenzando a crear un nuevo horizonte, un nuevo amanecer. Descubres cosas nuevas y que la vida puede ser más feliz e interesante. Hasta cosas mejores ocurren: ya no hay que atender a nadie ni escuchar las quejas de nadie. Te haces más fuerte porque ya no necesitas a nadie y no caes en la trampa de depender de nadie, sino de ser tu propio sostén y fuerza, con tus necesidades cubiertas, tus nuevos amigos y nuevas formas de divertirte.
Y esta soledad, al final, no requiere mucho. Te das cuenta de que la vida es muy sencilla y no hay regímenes o estándares. Te vuelves más activo, ya que estás solo, y aprendes cosas que quedaron vacantes. Al final entiendes que es lo mejor que te pudo pasar en la vida.