66° Concurso de Redacción de Historias: "Desaparecido"

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Jonás Gutiérrez, esa mañana salió de su casa caminando hacia su trabajo. El doctor le recomendó hacer ejercicio a diario, que caminara, y por ello lo tomó como parte de su rutina. a mitad de camino se detenía a comprar un café, el diario y luego seguía para su trabajo. Esa mañana era diferente, relató Lucía, su asistente, ella llegaba y ya él tenía rato en su oficina, sino, estaba en el piso de arriba conversando con el Sr. Adonis (dueño de la empresa) lo cual era normal y a veces tardaba horas.

Cerca de las 11 de la mañana, llega el Sr. Adonis y le dice a Lucía que le diga a Jonás que suba para hablar con él, Lucía lo detiene y le dice: - Sr. Adonis, yo pensé que estaba con usted. Le responde, No, yo voy llegando del médico, tenía una cita, dígale que suba por favor, es urgente. Lucía se extraña y lo busca en su oficina y en todo el piso, pero no lo encuentra, algo totalmente inusual, el señor Jonás nunca faltaba a su trabajo y era de los que siempre llegaba de primero. Llama a recepción y pregunta por él y la recepcionista le dice que no lo ha visto llegar. Lucía lo llama a su teléfono y repica varias veces sin obtener respuesta. Intenta una y otra vez, y nada. Llama al Sr Adonis y le dice que no lo logra localizar, a lo que le responde que no puede ser, habían hablado temprano y quedado en que se verían en la oficina.

Lucía sigue intentando comunicarse, lo sigue llamando, lo llama a su casa, llama a su hijo y nadie sabe de su paradero. De pronto le contestan, pero no era él...

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Era una voz grave y tenebrosa la que respondió del otro lado de la línea y enfatizó, con estudiada lentitud, las palabras que pronunció: Su empleado, Jonás Gutiérrez, ha sido secuestrado por el Grupo Jopa; pronto recibirán instrucciones para que puedan rescatarlo sano y salvo. Ni se les ocurra avisar a la policía porque serán ustedes los culpables de su muerte. En cuanto cortaron la comunicación, Lucía salió corriendo para avisarle al señor Adonis la terrible noticia. El dueño de la empresa quedó consternado al enterarse de que su administrador, amigo y confidente se encontraba en tan penosa situación. Debemos esperar entonces que vuelvan a llamar para saber lo que se proponen, dijo tan dominado por la conmoción que apenas se le escuchó.

Cuando volvió a sonar el teléfono, el viejo empresario lo tomó en seguida y Lucía se preparó rápidamente con una libreta y un bolígrafo por si acaso había que anotar algún dato importante. Queremos 30.000 dólares en billetes de 100, tienen dos horas para conseguirlos, sentenció la voz amenazadora y cerró la llamada. El señor Adonis se dejó caer, como agobiado por el peso del compromiso que se le venía encima, en una de las poltronas de cuero que se hallaban en su despacho y se quedó observando hacia un punto indefinido del techo, mientras repetía para que la secretaria se enterara: Treinta mil dólares, treinta mil dólares, qué se han creído estos bribones.

Qué vamos a hacer, preguntó Lucía desesperada, pero el propietario de la empresa nada le contestó. Se sumió por largo tiempo en las profundidades de sus pensamientos, hasta que dijo de repente: Yo no voy a pagar esa cantidad de dinero. Jonás sabe, por supuesto, que es muy difícil que un negocio vuelva a recuperarse después de desprenderse de un porcentaje tan importante de sus activos; él debiera estar diciéndoles a sus captores que será imposible que reciban tan elevada cifra por su rescate… En ese instante el timbre del teléfono repicó escandalosamente y el señor Adonis respondió para decir: Lo siento, nada puedo hacer por ese empleado, ya le avisé a la policía y los están buscando; y cerró la llamada de inmediato.

La secretaria se desmadejó en el sillón donde estaba sentada sin aliento y sin palabras; no sabía qué hacer y ni siquiera se movió cuando el teléfono, que estaba en las manos del empresario, continuó sonando una, dos, tres, cuatro y unas cuantas veces más, sin que el hombre hiciese ninguna intención de contestar. Así pasaron aproximadamente 25 minutos hasta que observaron que Jonás Gutiérrez entraba en el despacho. Lucía se levantó de inmediato, sin poder creer lo que estaba viendo, para preguntarle con ansiedad qué había pasado: Nada, señaló el administrador, mirando con desilusión al dueño de la empresa, que aposté con mi esposa a que por el cariño, la amistad y el aprecio que me tiene el señor Adonis era capaz de pagar lo que fuese por mí, pero ya ves, perdí.

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