Me encanta el trabajo rápido y eficiente; así se gana más dinero y se mantiene la armonía en el hogar.
Durante muchos años, hubo logros notables gracias a una gran destreza física y un esfuerzo constante. Sin embargo, también hubo sacrificios enormes: trabajos con materiales dañinos, tareas que exigían más fuerza de la que el cuerpo podía soportar. Días enteros luchando a pesar de lesiones, enfermedades y carencias, dedicando largas jornadas para asegurar el bienestar de la familia. Siempre con el propósito de brindar lo necesario, sin importar las dificultades.
Pero llegan los tiempos de escasez, cuando el trabajo desaparece y con él, la estabilidad. La salud, desgastada por años de sacrificio, comienza a fallar. Ya no se es tan rápido, ya no se gana lo suficiente, y lentamente se pierde la capacidad de mantenerse en pie. En esa vulnerabilidad, el abandono llega como un golpe final: la pareja, aquella a quien se dedicó toda la vida, decide marcharse, dejando atrás a quien ya no puede aportar.
Quien dio todo su vigor y su juventud queda solo, enfermo y sin apoyo, traicionado por quienes deberían haber estado en los peores momentos.
Es la cruel realidad de una vida donde las personas parecen permanecer únicamente en los tiempos de abundancia, cuando todo va bien. Pero en la adversidad, se desvanecen, dejando un vacío insondable y un dolor que no puede ser explicado.
Quienes actúan así no merecen un lugar en la vida de nadie. Es mejor perderlas que encontrarlas.