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No tengo valor alguno,
mis lágrimas son la prueba
de que mi alma está dañada desde siempre.
No lo digo por capricho,
lo dicen los hechos,
la trayectoria de una persona
es lo que marca su ser,
el mirar ajeno,
los comentarios de los que se dicen de bien.
Las penas se acumulan
por el valor nulo que me dio el camino.
Vivencia tras vivencia,
humanos en mi contra,
cargados de motivos para menospreciar.
Siempre lo he sabido,
pero hoy estoy seguro:
las categorías no son de mi partida,
no tengo credenciales ni privilegios especiales.
Los dones que la vida me dio
se juntaron erróneamente,
tan inútiles como quien los porta.
Y aún sabiéndolo,
por hechos y datos seguros,
demos un valor a este ser inservible.
Sonríe.
Sonríe, pero no muestres faltantes.
Sonríe, sonríe, así sumas algo
a tu valor depreciado.
Ponte alegre,
con mucha alegría,
y quizás no seas tan erradicable.
Sonríe, vamos, no llores más,
que cada lágrima baja tu precio.
Así, la humanidad, sin más,
te descarta.
Un poco de risas,
un poco de música alegre,
y ese día, al menos,
lograste valer un centavo.
Y tú, ¿crees que vales?
Tal vez aún no sabes tu verdadero valor.
Tal vez vivas una mentira
que un día te lleve a descubrir
la realidad del valor humano
en esta tierra mezquina
y llena de pobres almas que se creen superior.