Historias en su tinta 020: "Vientre fantasma", por bonzopoe

Despertaste con tu cuerpo pegado a las sábanas empapadas de un sudor que quisieras no fuera solo tuyo, pero lo era, como cada mañana desde que tu ventilador de techo se descompuso, o se echó a perder, como dicen en tu pueblo, como si el ventilador tuviera voluntad propia, libre albedrío, y hubiera decidido ponerse en huelga para joderte la vida.

Te levantaste y te metiste a la regadera para purificarte de los sueños de la noche anterior. Había evidencia seca de ellos entre tus piernas y en tu boca que sabía ácida.

Te lavaste el cada vez más largo cabello con un shampoo especial para darle brillo, y luego de darte tu tratamiento capilar, lo humectaste con un enjuage en base a sávila, al que además habías agregado sávila licuada para incrementar su efecto.

Luego te enjabonaste con un jabón enriquecido con crema humectante, como si tus manos no fueran tuyas, sino las de anoche, o como si tu cuerpo no fuera el tuyo. Tu relación amor-odio contigo, iniciaba en ese momento del día, todos los días.

Al terminar te paraste sin ropa frente al espejo de cuerpo completo del baño, y mientras lo secabas miraste tu busto e imaginaste todos los senos posibles que podrían habitarlo en vez del pecho plano de pezones pequeños que tenías.

Mientras los tocabas los imaginabas grandes y suaves como algodones, medianos y erguidos como apuntando listos para disparar al enemigo-amante, o como pequeños globos coronando cada seno, dueños de su propia curvatura, como proclamando su independencia de estos.

Te imaginaste con senos grandes y desbordados, que a cada paso temblaran desafiando la escala de Richter. Con senos breves y firmes como rocas desafiando a la gravedad. Con senos que más allá de las tallas y formas posibles, pudieran alojar entre ellos los deseos erguidos de alguien por tí.

Miraste tu abdomen plano y marcado sin una gota de grasa. La alberca de tu ombligo perfecto, como marca en un mapa que indica que abajo de ese lugar se encuentra el tesoro, un tesoro de momento inexistente, sin siquiera un cofre vacío que al menos pudiera engañar o confundir a algún aventurero despistado que después de unos alcoholes la quisiera hacer de explorador para visitar tu isla desierta, tu vientre fantasma.

En vez de tesoro tenías un cañón que disparaba a voluntad propia, que no sabías controlar, y que se cargaba al mirar unos brazos fuertes, una barba bien recortada, o el pelo en pecho insinuante que emerge de una camisa a medio abotonar. Tu queriendo ser isla a descubrir, eras navío conquistador, eras un pirata renegado, un marinero que no sabía nadar, ni le interesaba aprender a hacerlo.

Mientras terminas de cepillar tu pelo miras tus caderas, que quisieras más amplias, tus glúteos que quisieras más firmes, más brasileños y menos europeos, tus piernas largas y torneadas, y miras la piel de su superficie, suave y tersa gracias al depilado permanente con láser, y las humectas como todos los días antes de vestirte.

Acabas de arreglarte y en el proceso extrañas lo que te falta sin poder evitarlo, e ignoras lo que te sobra lo mejor que puedes. Al final te humectas el rostro, te perfumas, sonríes y te despides de tu yo del espejo, de tu yo real, y te vistes.

Te pones tu traje hecho a la medida, tu corbata de seda, tus oxford lisos; agarras tu portafolio Hermés y sales a la calle disfrazada sin que nadie se de cuenta. Vestida de lo que no eres pero te tocó ser, rodeada de otros vestidos como tú pero no como disfraz, y te preguntas si hoy será el día en que tendrás el valor de decidir dejar de ser un vientre fantasma... una identidad en pena.

Si llegaste hasta acá muchas gracias por leer este publicación y dedicarme un momento de tu tiempo. Hasta la próxima y recuerda que se vale dejar comentarios.